jueves, 7 de septiembre de 2017

Relatos desde Regina


El Paciente

Roxana Martínez Huerta


Un día cuando mi abuelo se estaba bañando, resbaló y se rompió un hueso de la cadera. Hubo que internarlo para que le colocaran una prótesis. El cuarto del hospital contaba con dos camas; una la ocupaba mi abuelo, y la otra, un anciano de más o menos la misma edad. Desconozco la causa, pero desde que lo saludé la primera vez, me simpatizó de inmediato.

Era un hombre como de unos setenta años, con todo el pelo y barbas completamente encanecidos, los ojos azules, y una expresión muy inteligente y tranquila. Como el abuelo estuvo internado más de una semana, pude platicar mucho el señor de la barba, y eso debido a que el abuelo estaba casi todo el tiempo dormido o quejándose. Su compañero y yo para no molestar nos salíamos a la salita a conversar. Se veía bien de salud, sólo un poco cansado. Ya entrados en confianza le pregunté por qué estaba ahí.

-Cáncer, me contestó, el amigo que me ha acompañado los últimos veinte años

Me extrañó la respuesta, ya que no se quejaba, como el abuelo que todo el tiempo peleaba con las enfermeras, pedía a gritos que lo atendieran, no quería comer, en fin me pareció que mi nuevo amigo era muy valiente. Cambiamos de tema y me platicó de su tierra, Italia; en su juventud fue marinero, había viajado por casi todo el mundo, pero México le había gustado para morir. Lo decía con tanta tranquilidad que parecía que iba a irse a uno de esos viajes que me describía con tanta veracidad transportándome a los lugares bellos y salvajes que conoció.

Observé que nunca tenía visitas, pero por el hecho de ser extranjero supuse que estarían lejos sus familiares y amigos. Sin haberlo visto nunca despertó en mí un interés y una camaradería rara en mí, ya que soy difícil para que alguien me simpatice, y menos en tan poco tiempo. No faltaba a nuestras charlas y en más de una ocasión le llevaba algunas postales de lugares de México que no conocía. Las observaba largo rato y afirmaba:

-Por lo único que me molesta irme, es por no haber conocido estas maravillas de tu tierra.

Unos días después nos dijeron que ya iban a dar de alta al abuelo, así que ese día llegué temprano, y al estar estacionando el coche, vi a mi amigo que salía acompañado de una mujer muy guapa, toda impecablemente vestida de blanco, con ropa y calzado muy fino, al verme maniobrar al volante para estacionarme se desprendió del brazo de la mujer y se aproximó a mí, bajé el vidrio preguntándole qué pasaba.

-Me voy, joven amigo. Nos veremos pronto -dijo con una sonrisa y se alejó.

Me quedé triste y confundido. Un día antes estuvimos platicando y no me dijo que se iría. Nunca se me ocurrió preguntarle si tenía familia, o dónde vivía. Subí al piso del abuelo para ver si ya estaba listo, y le pregunté a la jefa de enfermeras si ya estaba sano el compañero de cuarto de mi abuelo.

-No, joven, se puso muy grave en la madrugada. Lo bajaron a terapia intensiva, pero no aguantó; falleció a las nueve de la mañana.

-Seguramente lo está confundiendo con otro paciente ya que al del cuarto 305 lo acabo de ver en el estacionamiento con una mujer que vino por él. Me imagino que es su hija -le aclaré.

-El confundido es usted, le digo que falleció. Pero si tiene dudas baje al depósito de cadáveres, lo están preparando. Además nunca vino ningún familiar a verlo, menos una mujer con esas señas -respondió algo molesta.

No sabía qué pensar o qué creer, no tuve el valor para indagar más. Fue mejor, verlo irse por su propio pie, aunque ya estuviera muerto.

Tomado del Horror de la gaceta en La Gaceta de Chicoloapan

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