martes, 13 de febrero de 2018

Relatos desde Regina



El Baño de las niñas

Por Roxana Martínez Huerta


Estando en cuarto año de primaria nos tocó al grupo estar en el segundo piso del plantel. La escuela Joaquín García Icazbalceta se ubicaba en el segundo Callejón de Mesones, en el centro de la Ciudad de México. Como éramos los únicos alumnos en ese piso, no compartíamos los sanitarios con los demás alumnos. Así que una vez que fui al baño me sorprendió ver a una niña desconocida. Estaba llorando apoyada en el lavabo, se secaba las lágrimas con el delantal del uniforme. Al salir de mi urgencia, me lavé las manos y  le pregunté por qué lloraba. Estaba agachada. No contestó. Tenía el pelo revuelto y terroso, el uniforme arrugado, sucio. Las manos le temblaban enrojecidas. Insistí preguntándole de qué grupo era. Le advertí que su baño estaba abajo, que los de arriba eran sólo para nosotros. Por respuesta recibí más silencio, y al levantar la cara me lanzó una mirada llena de odio, me dio más miedo que coraje la reacción de la intrusa; así que me fui corriendo al salón. El maestro Juan que estaba parado cerca de la puerta dijo -No corras Huerta, parece que viste un fantasma- Claro las carcajadas del grupo entero no se hicieron esperar. Del tono amarillo del susto pasé al rojo de la vergüenza. Me fui a sentar muy callada. 

A la hora del recreo se me acercó Laura, una compañera del salón. -¿Qué te pasó que venías verde del baño? ¿Viste a la chava que espanta? -Preguntó. 

¿Cuál chava? -Ccontesté sin muchas ganas de platicar.

Pues el fantasma que se aparece en el baño de las niñas. -dijo Laura con mucha seriedad- siguió, -Es muy famosa, raro que tú no conozcas la historia, has hecho varios años aquí ¿no?

-Tres, pero nunca había oído y mucho menos había visto lo que hoy vi. ¿Qué le pasó, por qué se aparece? ¿Tú sabes algo? pregunté. 

Laura conocía muchas cosas de la escuela ya que vivía enfrente. Me jaló hacia las escaleras, nos sentamos comiendo nuestras tortas con refresco, y rodeadas de varios curiosos que también querían saber la historia, me contó lo que se sabía de la muchacha que andaba penando en la escuela. 

Años atrás, jugando a la hora de la salida sus amigas habían encerrado en el baño a Graciela, así se llamaba la jovencita. No se sabe bien porqué no la sacaron. Si se les olvidó o lo hicieron a propósito. Esto sucedió un viernes, así que quedó encerrada muchas horas, y en el frío de un mes de invierno. Ningún adulto se dio cuenta, ni maestros, ni vecinos. El conserje dice que no oyó nada, la encontró hasta el lunes que abrió el baño para lavarlo. Estaba muerta, completamente helada y amoratados los labios. Al parecer murió de frío. Sus padres preguntaron por ella a la salida, pero sus compañeros de grupo les dijeron que Graciela ya se había ido, así que no insistieron, buscándola todo el fin de semana en todo el rumbo, menos en la escuela; donde sufrió y agonizó todo ese tiempo. Imaginándonos sus últimos momentos llenos de miedo y desesperación nos quedamos en silencio hasta que sonó la campana.

Regresando a la realidad subimos al salón, al entrar el maestro dijo riendo: -Cuando tengan ganas de ir al baño, vayan a los de abajo, por si las dudas, ¿verdad Huerta? Sólo que esta vez nadie se río.

Lo que al maestro Juan le provocaba tanta risa, a mi no, ya que la mirada de odio de aquella joven estuvo en mis pesadillas por algún tiempo.

Tomado del Horror de La Gaceta de Chicoloapan

Relatos desde Regina



Paloma

Por Roxana Martínez Huerta

 

Mauricio era un joven educado y trabajador, que se desempeñaba en un despacho contable. Criado entre puras mujeres, su madre viuda, sus cinco tías y tres hermanas mayores lo enseñaron  a ser respetuoso con todos, pero en especial con las mujeres. Al cumplir veintisiete conoció a Paloma, muchacha humilde como él, que trabajaba en una fábrica; de ella dependía económicamente su hermanita de ocho años. Tuvieron un noviazgo de dos o tres años, y cuando él consiguió un buen aumento de sueldo, le propuso matrimonio a Paloma, a lo que ella cuestionó a Mauricio si también se haría responsable de su hermana. El muchacho contestó que eso no sería ningún impedimento y, la convenció de que los tres se llevarían bien. Dicho eso, prepararon la boda y fueron a realizarse los exámenes médicos prenupciales. Mauricio se ofreció a recoger los resultados y al leer los de Paloma le pareció raro que fueran más extensos y con términos médicos que él no entendía, así que pidió pasar con el doctor; éste después de dedicarles varios minutos, puso una cara seria y dijo:

-No está confirmado nada, pero hay algo en la sangre que a la larga podría derivar en una afección cardíaca. Habría que hacer un estudio más a fondo para descartarla o tomar medidas precautorias.

-Doctor, ella no sabe interpretar el resultado, ¿si yo no le digo nada y no tiene excesos físicos o de alimentación que la perjudique cree que podría estar bien? Lo que pasa es que no quiero preocuparla, no quiero que se entere- rogó el joven.

-Si claro, si lleva una vida tranquila, hace ejercicio y no come mucha grasa, pues como todo el mundo estará bien, ya si presenta algún síntoma, pues usted ya está advertido y tendrán que examinarla. No se preocupe es sólo una duda, cuídela bien y que tengan un buen matrimonio- dijo el doctor extendiéndole la mano a modo de despedida.

La boda se realizó, al poco tiempo de casados la vida de la pequeña familia mejoró económicamente muchísimo, a tal grado que Mauricio le rogó a la muchacha que renunciara a su trabajo y se dedicara al cuidado de la hermanita y del hogar, pues se habían comprado una casa nueva y grande en donde había cada vez más trabajo qué hacer. Paloma contrató una muchacha para la limpieza, mientras que ella se fue haciendo cada vez más holgazana y caprichosa. No quería tener hijos propios con el pretexto de la educación de la hermana, y Mauricio por miedo a que algo le pasara, no insistió más resignándose a los que su cuñadita tendría algún día. Al joven le daba pavor que su mujer se enfermara; cuando se agripaba o no se sentía bien, se angustiaba pensando que se enfermaría de algo terrible y moriría dejándolo solo. Paloma se volvió casi una tirana con su esposo, todo mundo se daba cuenta que lo hacía parecer un títere con sólo chasquearle los dedos, menos él, claro.

Una tarde, que Paloma tenía amigas invitadas en la sala, el esposo llegó sin ser escuchado; los gritos y la música se oían hasta la calle. Mauricio a hurtadillas se puso a espiarlas para saber de qué tanto hablaban y reían, arrebatándose la palabra. En ese preciso instante la música hizo una pausa, y se escuchó la voz de una de ellas.

-¿Quién como tu amiguita qué haces y deshaces a tu gusto en tu casa? No como yo, que mi marido es tan celoso y fastidioso que no permite que invite a nadie. No cabe duda que eres una suertuda- dijo la amiga riendo.

-¿Cuál suerte? Mañas que tiene una- dijo Paloma con aire de superioridad. 

-Cuenta, cuenta manita para ver si le quitamos lo machistas a nuestros maridos y sean aunque sea un poquito como el tuyo- dijo otra de las amigas.

-Escuchen y aprendan, tontitas. Conociendo a Mauricio, que siempre fue delicado para tratar a las mujeres, y además metiche como él sólo, que eso si me desespera un poco, cuando nos íbamos a casar, nos mandaron a hacer los exámenes prenupciales, y como yo sabía que los iba a ver sin mi consentimiento o sin él, un día después de que los hicieron y antes de que él fuera a recogerlos, me conchabé al doctor y a la enfermera del laboratorio médico, claro con unos regalillos y una lanita, para que le agregara alguna cosilla que fuera sospechosa y, cuando Mauricio, el metiche, indagara, le hicieran una historia de novela, claro sin exagerar mucho, pero diciéndole que no podía tener sobresaltos, ni corajes, de lo contrario me iba a dar un ataque cardíaco o algo parecido. Lo planee como una broma, después de la boda le diría la verdad y los dos reiríamos, pero fue pasando el tiempo, y como él se desvivía después de enterarse de mi supuesto mal, seguí mintiendo, y hasta el día de hoy, el baboso vive pendiente de que no me pase nada, ¿no es un poco estúpido mi flamante esposo?- dijo partiéndose de la risa la ingrata esposa entre las carcajadas de las amigas.

Mauricio quien había escuchado todo, subió como autómata las escaleras, hizo sus maletas, y en el mismo silencio que entró esa tarde, salió de la vida de Paloma para siempre, igual que siempre, sin ningún reproche, sólo que esta vez con el corazón hecho trizas. 

Tomado de la Sección Mujer de la Gaceta de Chicoloapan