martes, 21 de marzo de 2017

Relatos desde Regina VIII-B



Doña Pachita
Por Roxana

El día de tianguis de la colonia se ponía un puesto de tlacoyos y quesadillas donde mis hijos y yo solíamos almorzar. Casi siempre llegaba allí una viejecita completamente encorvada, vendiendo cepillos dentales que nunca vi que comprara nadie. La dueña del puesto, mujer generosa y sencilla, en cuanto la veía le regalaba un tlacoyito o una quesadilla, y le ofrecía asiento. En una ocasión aquella viejita hizo plática conmigo, ofreciéndome sus cepillos. 

-¿Son sus niños? -Pregunto. 

-Asentí con la cabeza.

-Cuando crezcan, cuiden a su mamá. Sobre todo cuando sea una ancianita como yo -les dijo con una desdentada sonrisa.

Reímos todos. Al reconocerla le pregunté:

-¿Ya no vende pepitas? –pues recordé que mi marido le compraba semillas de calabaza, que cargaba en una canasta ofreciéndolas en la avenida principal.

-No niña, ya no aguanto la canasta, ni los pies me dan para tanto –dijo lamentándose.

-¿Y vende bien sus cepillos?- pregunté.

-No, pero con algunos pesitos que saque aunque sea nomás los viernes, la voy pasando el resto de la semana. Además aquí no falta quien me da una frutita, una verdurita y hasta mi quesadilla con mi refresco, como aquí, Doña Mari que es tan buena. Fíjese que hasta el dueño de la vecindad desde que me quedé sola, no me cobra ni un peso de renta; Dios los ha de socorrer a los dos- contestó la mujer.

-Si, no cabe duda que hay gente buena- comente, pagando y despidiéndome de ambas mujeres.
Semanas después, regresamos al puesto, y platicando con Doña Mari le pregunté por la ancianita de los cepillos.

-Ya murió Doña Pachita, pobrecita, va a ser un mes- me informó.

-Ya estaba muy grande si quiera descansó. ¿Cómo su familia la dejaba trabajar y andar sola? ¿Qué no tenía hijos o algún nieto que la acompañara? ¿Por qué vivía sola?–pregunté.

-Vivía nomás con su hija, quien se dedicó a cuidarla. Ni siquiera se casó para no dejar sola a su mamá. Rentaban un cuartito en una vecindad, y la hija trabajaba en la maquila. Doña Pachita preparaba sus pepitas y salía a venderlas para ayudarla con los gastos. Así vivieron muchos años- contó Doña Mari sin dejar de echar las tortillas al comal.

-¿Entonces que pasó? –pregunté intrigada.

-Nada, la hija fue muy buena con ella, nunca la abandonó, pero se murió hace dos o tres años, ya no me acuerdo bien. ¿Quién iba a pensar que una mujer fuerte y sana se fuera antes que su anciana madre? Pero la vida tiene sus caprichos. Un día que venía de trabajar, unos maleantes asaltaron la micro en que viajaba y uno de los pasajeros sacó una pistola, y en la rebambaramba una bala perdida le quito la vida. Con el poco dinero que le dieron a Doña Pachita, pagó los gastos del funeral y fue estirando lo que le sobró hasta que se le acabó. Así que sobrevivió vendiendo pepitas, cepillos y al final, de la caridad de sus vecinos, quienes sabían que muy pronto madre e hija se reunirían en la muerte. Se cooperaron entre todos para darle cristiana sepultura y el gobierno les dio una fosa en el panteón. ¿Le pongo salsa verde o roja a su tlacoyo?- me preguntó la mujer.

-Verde- conteste. Vaya que esta vida tiene caminos escabrosos para algunos -comenté.

Tomado de la Sección Mujer de La Gaceta de Chicoloapan

Relatos desde Regina VIII



 El Ventanal
Por Roxana

Amanecía cuando me despertó el chirrido de la ventana al deslizarse sobre su carril. Yo me encontraba acostada de espaldas al ventanal. Un viento helado penetró a mi recámara. Escuché claramente que alguien o algo se aproximaba a mi cama. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal, tan fuerte que me inmovilizó. Me dio tanto miedo que me tapé con las cobijas y me hice bolita. 

Debo aclarar que el departamento donde yo vivía, estaba en el tercer piso y no tenía ningún tipo de terraza, balcón o barandal, sólo vidrio, de pared a pared y de piso a techo. No había manera de abrir por fuera ni de escalar hasta ahí. Sentí claramente el peso de un cuerpo recostarse sobre el colchón, muy pegado a mi, luego unas manos apoyándose en mi costado. Seguía sin poder moverme. Estaba aterrada. Percibí un intenso olor a tabaco y a alcohol. Tuve ganas de vomitar, de pedir ayuda a mi familia, pero consideré que sería inútil, pues a esa hora todos estarían durmiendo. De pronto sentí como el tipo, ente o lo que fuera se inclinó encima de mí y unos cabellos largos y mal olientes rosaron mi cara. Estaba a punto del colapso cuando alguien abrió la puerta de mi recámara. Era mi papá.

-¡Arriba flojonaza! Se te va a hacer tarde.

Cuando mi padre dijo esas palabras sentí como se quitaba el peso de mi cuerpo. Me enderecé y volteé hacia el ventanal. Estaba abierto. Mi padre siguió mi mirada y se extraño que estuviera abierto. Me preguntó cómo lo había abierto ya que, por seguridad, el mismo lo mandó soldar pues en algún tiempo de mi infancia yo había tenido episodios de sonambulismo.

-No lo sé- Yo no fui. Te lo aseguro. Ni tampoco sé cómo entró el sujeto que estaba aquí hace un rato -dije y me solté a llorar desconsoladamente.

-Eso ha de haber sido una pesadilla. Tranquila, chiquita, no pasa nada. Aquí estoy y te aseguro que nadie va a hacerte daño. Ya no te angusties. Mira, mientras te bañas y desayunas voy por el herrero para que la vuelva a soldar. Tú relájate. Ah, y no le digas nada a nadie. Ni a tu mamá ni a tu hermana porque son muy miedosas –dijo, más preocupado que yo.

-¿Tú sabes qué está pasando?- pregunté.

-No estoy seguro pero, según los vecinos, en este departamento exactamente en este cuarto vivía un hombre que se suicidó, aventándose por el ventanal, cuando la mujer le quitó a los hijos y lo abandonó -contó mi padre, acariciándose el bigote, pensativo.

Los siguientes dos meses que vivimos ahí no pude dormir, hasta que se vendió el departamento. Pedí asilo en el cuarto de mi hermana, pero el miedo era superior a mí. Sólo logré descansar cuando nos alejamos para siempre del edificio. 

Tomado de la Sección de Horror de LA GACETA DE CHICOLOAPAN