jueves, 7 de septiembre de 2017

Relatos desde Regina

El Guardián del Parque


Por Roxana Martínez Huerta


Nunca pensé que iba a salir tan tarde del trabajo. Me apresuré pero antes de cruzar la avenida vi alejarse el último autobús. Maldición. Era el mes de julio. Como todas las noches de esa semana amenazaba lluvia. Veía los relámpagos en el cielo encapotado. Decidí tomar un taxi, pero todos iban ocupados. Con tacones altos y cargando mis libros y carpetas, me resigné y emprendí el camino a pie rumbo a mi casa.

Mientras anduve por la avenida principal todo fue bien; pero al dejar la Avenida Insurgentes para meterme a la colonia Roma, no vi a ningún transeúnte. Miré el reloj: pasaban de las doce de la noche. Caminé recto por la calle Orizaba y al llegar a la Plaza Río de Janeiro, oí que alguien cuchicheaba. Puse atención pero sin aflojar el paso. Miré a todos lados. No había nadie, sólo se oía el crujir de las ramas de los abetos que circundan las jardineras. Traté de caminar más rápido, pero los altos tacones y el cansancio no me permitían hacerlo.

Sentí alivio cuando a vi a un hombre venir hacia a mí, pensé pedirle ayuda o que me acompañara algunos pasos, para no ir sola las dos calles que me faltaban para llegar a mi destino. Pero el tipo adoptó una actitud grosera cuando me vio. Me empezó a decir cosas sucias y ofensivas, y luego se abalanzó hacia mí con muy malas intenciones. Quise correr, pero era demasiado tarde, de dos zancadas me alcanzó tratando de agarrarme. Pero antes de que pudiera siquiera tocarme, un feroz animal saltó de entre los matorrales se lanzó sobre el sujeto. Lo derribó y comenzó a morderle la cara y el cuello. Los gritos desesperados del hombre irrumpieron en el silencio de la noche.

Por mi parte, en lugar de aprovechar el momento para salir corriendo, me quedé impávida mirando aterrada como la fiera enloquecida destazaba a su presa a dentelladas. Era un animal más grande que cualquier perro que yo haya conocido, pero tampoco era un lobo, tenía un hocico alargado y el pelambre negro y brillante, su enormes colmillos escurrían la sangre de su víctima. Cuando del sujeto no quedaron más que despojos, el animal volteó hacia donde yo permanecía inmóvil. Me miró fijamente, luego reculó y saltó por encima de los matorrales del parque. Salí del trance y también huí del lugar.
La mañana siguiente quise averiguar qué había sucedido con el hombre atacado. Seguramente, pensé, las autoridades lo recogieron durante la noche. Me dirigí a la plaza. Vi corredores y señoras haciendo su rutina normal de ejercicio. Me acerqué al sitio donde había ocurrido el suceso, pero no había rastros de ropa, sangre o algún otro indicio de que hubiera pasado algo extraño. Me retiré del lugar confundida. Estaba segura de lo que había visto la noche anterior.

Pasaron las semanas y una tarde de sábado una amiga y yo salimos a tomar un helado y a caminar. Nos sentamos un rato en las bancas del parque y recordé el horroroso episodio, pero evité contarlo a mi amiga. Pero ella rompió el silencio diciendo:

-Dicen que en este parque espantan.

-¿Quién dice? –pregunté.

-Dos compañeros de la escuela me contaron que un perro gigante los atacó una noche. Bueno, primero vieron a un hombre muy alto, con una gabardina negra de cuero. Y que conforme se les iba acercando se fue convirtiendo en una bestia de cuatro patas, que los persiguió con intenciones de atacarlos. Los dos pegaron tal carrera y casi se mueren del susto –contó mi amiga.

-Están chiflados tus amigos. Yo no creo en eso, pero me suena esa leyenda. Esta colonia se presta para creer en fantasmas, con sus casonas viejas y su silencio tétrico que inunda algunas calles de día y de noche –dije.

-No creas que son leyenda. Algunos episodios de terror son verídicos. Tu amiga tiene razón –dijo la voz de un hombre detrás de nosotras, que al parecer había escuchado la conversación. Su rostro se me hizo conocido; quizá era vecino y algún día me lo topé en la calle. Tendría unos cuarenta años, delgado y alto, una cara alargada y ojos muy juntos.

-¡Oye, que susto nos diste! Además no es contigo la plática ¡bruto! –gritó Flor molesta y asustada.

-Perdón si las espanté, pero no pude dejar de oír lo del hombre que asusta en este parque. Yo digo que es verdad –dijo, sentándose sin ser invitado, junto a nosotras.

Un claxon interrumpió la plática. Era el novio de Flor que la llamaba desde su auto. Mi amiga se despidió a toda prisa y fue a su encuentro, dejándome sola con el metiche.

-Al fin solos. –Dijo burlón-. Aunque no estaría mal un agradecimiento por haberte liberado de tu atacante la otra noche.

-No digas estupideces. Estarías escondido como acostumbras, para acechar a las personas y  te diste cuenta de lo que pasó esa noche. Pero tú no tuviste nada que ver –Conté molesta y me levanté de la banca.
-Piensa lo que te dé la gana. Aunque en el fondo sabes bien quién soy. Esa noche pudiste haber sido atacada seriamente, o hasta haber muerto si yo no te hubiera salvado. Adiós, amiga. Y no andes tan noche en la calle –dijo despidiéndose con un guiño de ojos.

Tomada del Horror de la gaceta en La Gaceta de Chicoloapan

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