sábado, 11 de febrero de 2017

La Columna Incómoda

¿Unidad con quién y para qué?

Ahora resulta que los responsables de la quiebra del país se asumen como sus salvadores. Es cierto que millones de mexicanos nos sentimos indignados por los exabruptos del malandrín del copete color zanahoria (Trump); más aún, ese malestar se incrementó cuando el del otro copete (Peña) lo invitó a Los Pinos (el secretario de Hacienda tuvo que renunciar). Y ahora, cuando ciudadanos, organizaciones y distintos personajes deciden accionar para manifestar el rechazo social, los gobernantes y su séquito de aplaudidores, se montan en esa ola para impulsar “la unidad de todos los mexicanos”. En un intento de presentar a un presidente, a quien 9 de cada 10 ciudadanos no le cree, como el adalid de la defensa nacional. Que patético fue ver cómo recibió a un grupo de mexicanos deportados y ofrecerles un país de oportunidades de empleo y educación. Señor Peña: Si hubiera empleos bien remunerados en México los millones de migrantes no habrían dejado el país.

Más patético resulta que el presidente, sus secretarios, los diputados, senadores y los políticos convoquen a la unidad, dejando de lado cualquier tipo de bandera, mientras que, por otro lado, nos atizan incrementos desmedidos en gasolina, gas y electricidad y, en consecuencia, en la mayoría de los servicios y productos que todos utilizamos. Dicen que porque los precios han subido en todo el mundo, y que lo hacen por el bien de los mexicanos. Yo pregunto: si la referencia son los precios internacionales ¿Por qué los sueldos y salarios no se ajustan como los del resto del mundo? Si en Estados Unidos la hora laboral la pagan, en promedio, a 10 dólares, entonces en México la hora mínima tendría que pagarse en 200 pesos. Pero no. Aquí se pagan 10 miserables pesos por hora.

Ya los grandes empresarios se apuntaron, previas sus condiciones, para apoyar al presidente en la renegociación del tratado de libre comercio, argumentando que los momentos de crisis representan oportunidades. Es verdad, siempre a los grandes empresarios y a los políticos les ha ido muy bien. No así al resto de los mexicanos. Y si no echemos una ojeada rápida al sistema político priista de los últimos cuarenta años.

Cuando a mitad de los años 70 la economía del país empezó a tambalear, luego de las ocurrencias y despilfarros de un presidente que padecía incontinencia verbal (Echeverría), se nos informó que el peso debía de ser devaluado, para bien de todos los mexicanos. Vino al relevo un personaje histriónico y bonachón que llegó pidiendo perdón a los pobres del país por el abandonado en que se les había tenido desde tiempos inmemorables, pero que con su llegada todo iba a cambiar. López Portillo nos dijo que la “solución somos todos” y que nos preparáramos para administrar la abundancia, porque si algo iba a sobrar era dinero. Nos convertíamos en un país petrolero. Y fue cierto, los funcionarios y los políticos se dieron el ‘atascón’; se crearon nuevos ricos, la corrupción y el nepotismo se fue a las nubes. El despilfarro fue de tal magnitud que al terminar el sexenio prácticamente declararon al país en bancarrota; el peso se hundió, el histrión presidente nacionalizó la banca vociferando: “¡Ya nos saquearon! ¡No nos volverán a saquear!”. Diputados y senadores aplaudieron de pie el “acto patriótico”. Los medios y los corifeos del régimen convocaron a una gran manifestación de unidad nacional para apoyar las acciones del adalid defensor de los pobres, a quien la gente le puso el apodo de “El Perro”, porque prometió defender el peso como tal.

En 1982 el nuevo mandamás (Miguel de Lamadrid) nos informó que venían momentos difíciles para el país, que no habría dinero, que había que apretarse el cinturón, pero aunque la medicina era fuerte, se hacía por el bien de los mexicanos. Los salarios de los trabajadores se ajustaron, la inflación llegó a 180%. El descontento social fue creciendo y el sistema priista optó por cancelar el desfile obrero que se realizaba cada 1 de mayo, pues se convirtió en manifestación de protesta contra el presidente y el sistema político. Los sismos de 1985 catalizaron el descontento, pues permitió a los ciudadanos conocer su fuerza colectiva, las acciones de la sociedad civil rebasaron el anquilosado sistema y su gobierno. La palabra solidaridad se hizo realidad en las calles. Ese movimiento social de inconformidad hizo eclosión en 1988m en la forma de una contienda política y electoral cuya cabeza fue un personaje que, en su nombre y apellido, integraba dos símbolos representativos para los mexicanos: Cuauhtémoc Cárdenas. El movimiento hizo cimbrar los cimientos del sistema político priista, que ese 6 de julio “se cayó el sistema”. El aparato del Estado nunca mostró el verdadero resultado de esa elección.

Se impuso a un personaje que llegó a ser casi un rey y terminó exiliado en Dublín (Carlos Salinas). Desde antes, Salinas impulso una serie de pactos entre los grandes empresarios y los líderes sindicales afines al sistema, para reorganizar la economía y repartirse el pastel. Se privatizó la banca, los diputados y senadores aplaudieron de pie esta acción pues se realizaba por el bien de los mexicanos. Las empresas del gobierno, que habían sido botín de los políticos, se remataron entre el selecto grupo de amigos empresarios (Teléfonos de México es un caso representativo de esas medidas). Se realizaron muchas reformas, para el campo, para la economía, para las iglesias, todas para el bien de los mexicanos y se nos anunció que nos preparáramos, pues dejaríamos de ser un país del tercer mundo para ingresar al primer mundo. Se firmó un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá y nos dispusimos a hacer grandes y jugosos negocios. Como signo de que el nuevo rey era el adalid de todos los mexicanos, se institucionalizó el concepto que había surgido de la sociedad civil: Solidaridad se convirtió en el programa del presidente mediante el cual regalaba dinero, despensas, agua y drenaje, luz, desayunos. Los medios nos llenaban de comerciales y los corifeos pedían a los mexicanos que, cada que se tocara el himno nacional en la televisión, nos pusiéramos de pie y colocáramos la bandera nacional en nuestras casas y nuestros vehículos. Era el momento de la unidad nacional. Surgieron nuevos ricos (en la calle un ciudadano preguntaba si sabías cómo se decía Carlos Salinas en libanés y otro contestaba: Carlos Slim). 

La corrupción no tuvo límites. En su libro “¡Escuche, Carlos Salinas!”, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa documentó algunos ejemplos de la corrupción del sistema político priista. Entre otros, menciona el gran negocio del hermano incómodo del presidente con la compra y venta de maíz en Conasupo. El mecanismo era simple: un camión cargado de toneladas de maíz descargaba el producto y cobraba a precio de garantía. Por la puerta de salida, otro camión compraba esas toneladas de maíz a precio subsidiado (es decir a menor costo). Luego este camión daba la vuelta a la manzana y volvía a entrar a la bodega para vender el maíz, para volver a comprarlo. Para evitarse la fatiga, el camión que entraba ya ni siquiera bajaba su carga. Por una puerta entraba como vendedor y salía por otra como comprador. Para hacer aún más fácil el negocio, al final los movimientos de entrada y salida de maíz se hicieron sólo en papel. El país terminó quebrado al finalizar el sexenio y el nuevo presidente (Ernesto Zedillo) pidió el apoyo del presidente de Estados Unidos para rescatar al país. Nunca sabremos cuales fueron las condiciones. Lo cierto es que la deuda siguió creciendo al ritmo de las fortunas de los políticos y su núcleo de empresarios consentidos. Luego de los fondos nacionales se rescató a los recién estrenados banqueros (Fobaproa). Todo por el bien de los mexicanos a quienes, para variar, se les pidió apretarse el cinturón.

El mismo sistema político priista diseñó su salida y recambio, facilitando la llegada de “otro partido”, el PAN, cuyos dirigentes fueron los aliados incondicionales de Salinas y sus reformas, y aprovecharon para colocar a distinguidos empresarios en la política y en los cargos. Fue así como en el año 2000 elegimos a un empresario bonachón, dicharachero y ocurrente Vicente Fox); un rancherote patán y mal hablado. Nuestro ‘Trump a la mexicana’, seguido de otro panista de cepa que decía tener “las manos limpias”. Estos gobiernos panistas mantuvieron la esencia del sistema e inyectaron vigor a los grupos priistas. Los hijos de ‘La Familia Presidencial’ hicieron grandes negocios y Calderón despilfarró los excedentes petroleros y desató una guerra que deja miles de muertos cada año.

Es sólo una ojeada rápida al sistema político donde los ciclos se repiten. La corrupción con Enrique Peña ha llegado a las nubes. Javier Duarte es sólo un ejemplo y el chivo expiatorio del sexenio, como lo fueron Díaz Serrano, “La Quina”, Raúl Salinas o Elba Esther Gordillo. Los grandes negocios y la corrupción permean todos los niveles, desde el primer círculo del poder hasta el último peldaño. La convocatoria a la unidad nacional y a poner, otra vez, banderitas y cantar el himno nacional, es la intentona del poder para desvirtuar el descontento social y la urgente necesidad de llevar a cabo acciones que paren en seco, no sólo al bocón norteamericano, sino, sobre todo, al sistema causante del desastre nacional y a la pandilla de politicastros que lo encabezan. Pues mientras ellos se embolsan bonos, sueldos de primer mundo, prestaciones y “moches” en obras, piden al pueblo que se ajuste el cinturón y soporte con gallardía y nacionalismo, los nefastos efectos de las reformas, pues todo es por el bien de los mexicanos. Eso dicen. ¿Usted les cree? Yo tampoco.
El descreído
Juan Bautista Mendoza
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