lunes, 12 de junio de 2017

Relatos desde Regina

Rafaela

Por Roxana Martínez Huerta

Desde Piedras Negras, Coahuila hasta la ciudad de México, había llegado Rafaela Zamudio, abogada de profesión. Bueno, no había llegado, la había traído el novio, quien también ejercía la abogacía. Las razones; abrirse paso en la gran urbe, encontrar un buen empleo y vivir mejor que en su ciudad natal.

Conocí a Rafaela trabajando en la burocracia. Había escuchado el revuelo que causaba la nueva abogada entre los hombres de la oficina. Rafaela estaba a punto de cumplir los treinta, era morena, de mediana estatura, de pelo quebrado, muy largo y negro. Yo francamente nunca encontré el motivo por el cual, gustaba tanto a los hombres; era buena muchacha, pero eso no lo sabían los tipos que se tropezaban en la calle al verla pasar o las veces que estaban a punto de chocar por irla observando los automovilistas. Ni yo ni las demás compañeras supimos la razón de tanta atracción con el sexo opuesto, pero salir con ella era todo un espectáculo; jóvenes, viejos, guapos, feos, ricos o pobres, todos la miraban con deseo. A veces resultaba un poco incómodo, pero esa era la realidad de Rafaela.

Mi novata amiga, se sentaba en el primer escritorio entrando a la oficina, los morbosos de mantenimiento le habían asignado un escritorio que tenía separados como por diez o quince centímetros la superficie de la estructura del soporte, ella acostumbraba sentarse con las piernas totalmente abiertas y subidas en un peldaño del mueble, y como siempre usaba falda o vestido, pues enseñaba los calzones a todo mundo, era la burla de todos los machos de la dependencia, yo lo supe un tiempo después pero no le dije nada. Hicimos una buena amistad. Ella y su pareja vivían en un edificio otrora muy famoso de departamentos amueblados llamado Pal, ubicado sobre la calle de Arcos de Belén, a dos puertas del trabajo, por lo tanto comíamos lo que ella preparaba en su cocina, el marido siempre estaba ausente, pocas veces lo vi; él al igual que a mi amiga yo le simpatizaba, y siempre me hacían regalos como libros, perfumes, conocían a mis padres y a veces la invitábamos algún paseo familiar.

Un día llegó muy contenta hasta mi cubículo, anunciándome su próximo matrimonio. Yo siempre tuve la sospecha de que él era casado y golpeador, a veces observaba algún moretón en su cara o en sus piernas, no salía a ningún lado por la noche, pues si él hablaba por teléfono estando comisionado en algún estado de la república, y no la encontraba se ponía furioso; pero vi a mi amiga tan ilusionada que me guardé mi opinión; al final la que se casaría sería ella. Me preguntó quién me acompañaría a su boda, para comprarme los boletos del avión, pero le dije que no asistiría, había regresado apenas de un largo permiso, y no tendría vacaciones en algunos meses. Insistió mucho, dijo que ella misma hablaría con los jefes que fueran necesarios, pero que yo tenía que acompañarla en el día más importante de su vida, palabras más palabras menos, se echó a llorar, pero no me convenció.

Rafaela se fue durante un mes, cuando regresó, me buscó para comentarme la boda, pero en el trabajo era incómodo platicar, mejor fuimos a tomar un café. Me contó que efectivamente mis sospechas eran ciertas; él estaba casado y tenía dos hijos; como buen abogado y experimentado tramposo, contrató a varias personas para que se hicieran pasar por su familia, padre, madre, hermanos y amigos, sobre todo el juez falso y montó un gran tinglado.

-¿Para qué tanta farsa?-pregunté.

-Me salí de la casa, diciéndoles que me venía con una amiga, ellos nunca supieron que Nico y yo vivíamos juntos. Mis padres siempre quisieron verme salir vestida de blanco y bien casada, y se los cumplí. Ya no me van a atosigar a preguntas, con la boda quedaron muy contentos, aunque todo sea mentira, los pocos años que les queden de vida, vivirán engañados pero felices ¿Además quién les va a decir la verdad? -dijo convencida.

-Si tú estás tranquila, por mí está bien -dije.

-Pues bien, bien, lo que se dice bien, pues no, hay algo que me preocupa mucho de Nico, y es que está enfermo de celos, en todos los hombres ve enemigos, cree que todos se quieren acostar conmigo y eso me da tristeza y me ofende- dijo, bajando la cabeza.

-No cree, todos se quieren acostar contigo Rafaela, y tú lo sabes, tienes un no sé qué, que alborotas a los hombres. Yo sé que no es tu culpa, pero es una realidad -exclamé.

-Sí, pero si sabe que soy incapaz de faltarle al respeto, no debería hablarme como me habla, a los tipos morbosos tendría que enfrentarlos, no desquitarse conmigo. Si supieras cómo me ofende y desconfía de mí -dijo sollozando.

-No quiero ser cansona, pero eso tú ya lo sabías, vivieron mucho tiempo juntos, como para ponerle un alto o salir huyendo y, no lo hiciste, al contrario vas y te casas con él; eso déjaselo al tiempo, tiene que entender algún día que tú no tienes la culpa de lo que despiertas en los fulanos.

Esa noche la dejé en la puerta de los famosos Apartamentos Pal, renunció al trabajo un mes después, me enteré por terceros que Nico, junto con otros leguleyos había montado un bufete de abogados y Rafaela se fue a trabajar con ellos, la última vez que supe de ella, por desgracia fue en la nota roja de un periódico; su marido por celos la había golpeado hasta quitarle la vida; lo que más recuerdo de aquel trágico suceso fue a mi madre llorando amargamente por mi amiga.

Tomado de la Sección Mujer de La Gaceta de Chicoloapan

Relatos desde Regina

Una mujer mayor


Por Roxana Martínez Huerta

Mi novia y yo estábamos en la recepción de un hotel de paso, registrándonos para pasar juntos la noche, cuando bajó corriendo por la escalera una mujer totalmente desnuda y descalza; lloraba y gritaba. Detrás de ella, un muchacho con un lío de ropa en la mano, y sólo el pantalón puesto, trataba de alcanzarla. Salieron a la calle.

Todo fue tan inesperado que nos quedamos boquiabiertos tanto el administrador como nosotros.
-Bueno tortolitos. Gracias a la parejita rijosa ya tienen cuarto libre. Eh ¿que os parece?- dijo el gachupín, detrás del mostrador.

Tina estaba tan nerviosa que pensé que se había arrepentido de pasar la noche conmigo. Entre el sujeto y yo la calmamos, dijimos que era sólo un pleito de enamorados, que no le diera importancia. Convencida y tranquila la tomé de la mano y subimos a la habitación 303. Todo estaba en orden: cama tendida, todo limpio y en su lugar. Parecía que la pareja más se había tardado en entrar, que en salir corriendo en pelotas.

Tina se metió a bañar. Yo me desnudé y me quedé echado sobre la cama esperándola. Iba a encender la televisión, cuando escuché un grito agudo de mujer, que venía de la calle. Me asomé por la ventana, pero no logré ver nada. Pensé que era la loca desnuda que seguía haciendo su numerito en plena acera.

Tina salió de bañarse muy tranquila, con una toalla enredada en el cuerpo, al parecer no había escuchado nada. De golpe se abrieron todas las puertas colándose en la habitación un aire helado, y se volvió a escuchar el mismo grito desgarrador.

Nos abrazamos muertos de miedo. En la ventana apareció la cara de una mujer; nos miraba fijamente y dio un aullido que parecía no tener fin. Mi novia corrió a vomitar al baño. Yo no podía moverme. La cabeza me punzaba. Después de unos segundos todo quedó en silencio, y la cara de la mujer se fue desvaneciendo poco a poco.

Nos vestimos y bajamos la escalera corriendo. En la puerta estaba la señora del aseo, sacando la basura. Nos miró y nos preguntó:

-¿Ustedes también la oyeron?

- Sí. ¿Quién o qué es eso?, pregunté.

-Yo pienso que es el alma en pena de una mujer que venía seguido con un joven -dijo la señora del aseo, dejando las bolsas negras de plástico en el suelo, y siguió contando-. Fueron clientes mucho tiempo. Pero cuando el joven la quiso dejar, la señora no aguantó y después de discutir y gritar mucho rato, se aventó por la ventana del 303. Su cuerpo cayó sobre el pavimento. Pobre, quedó destrozada; no era fea. Era mayor que el chico. Ya sabe que a los jóvenes se les pasa pronto la pasión. Fue hace dos años. Así que la difuntita anda penando y espantando a todos los enamorados que ocupan esa habitación. Ahora les tocó a ustedes.

Al ver nuestras intenciones de salir de ahí, la mujer dijo:

-No se espanten. Ya casi es de madrugada, y son más peligrosos los asaltantes en la calle, que el alma de la doñita penando. Yo que ustedes, me regresaba al cuarto, el patrón ni les va a regresar su dinero, ya se fue a dormir, argumentó la mujer.

Ni falta hacía. Nos subimos al coche y arrancamos en medio de una densa oscuridad.

Tomado del Horror de La Gaceta de Chicoloapan

Relatos desde Regina

Silvia


Por Roxana Martínez Huertaq
Don Tito, hombre viejo y de andar cansino, era elevadorista en un edificio en las calles de Venustiano Carranza, en el centro de la ciudad. Era el sostén de una familia que había formado ya en la madurez, pues desde joven se hizo cargo de sus padres, y hasta que ellos murieron, se sintió en libertad de formar su propia estirpe. Buscó una mujer joven con quien tuvo cinco hijos. De todos ellos, la luz de sus ojos, era Silvia, la única mujer y la más pequeña. Los grandes trabajaban, unos de obreros, otros de empleados, con sueldos bajos y sin futuro, cosa que no quería para Silvia. Su mujer ni siquiera había ido a la escuela; la pobreza y la prole la habían convertido en una mujer amargada y resentida con todos; en especial con la hija, pues se sentió desplazada, desde que la niña nació.
En cambio, en los despachos donde trabajaba, Tito veía a las empleadas: guapas, perfumadas y bien vestidas. Así que se propuso pagarle a la chiquilla, con grandes sacrificios, una carrera comercial que le garantizara un mejor futuro. La inscribió en una escuela para secretarias.
Silvia era una estudiante regular. Pero a pesar de que tenía muchas ganas de aprender, se le dificultaban las matemáticas, la contabilidad y otras materias. Si bien la estatura alta le ayudaba, también era sosa y desgarbada. Tenía unas manos torpes y regordetas. Daba más el tipo de empleada doméstica que de secretaria. Pero para su viejo padre era la joven más hermosa del mundo y, como sucede con la mayoría de los padres, ciegos por el amor, presumía la inteligencia y gracia de la muchacha.
Cuando salía de la academia comercial la joven  pasaba por su padre, hacía los recados de algún empleado, ganándose alguna propina, repasaba sus lecciones y, ya en la noche, volvían juntos a casa para, al día siguiente, repetir siempre su rutina. Don tito ansiaba el momento de su retiro. Algún dinerito le darían, pensaba para sí, y si no, ya le faltaba poco a su hija para ayudar con los gastos de la casa. Tenía puestas todas sus esperanzas en ella.
Una mañana el director del plantel donde estudiaba Silvia, entró con la cara descompuesta, pidiendo a la muchacha que lo acompañara a la Dirección. La joven tomó sus cosas y, en medio del cuchicheo de las compañeras, salió precipitadamente.
Pasaron los días y Silvia no regresaba a la academia. Su ausencia provocó intriga Al paso de los días la ausencia de Silvia causaba intriga y curiosidad entre las alumnas, quienes preguntaron a los profesores, qué había pasado con ella; si la habían expulsado o estaba enferma y si volvería a la escuela. Todos los maestros guardaban silencio, aconsejando que no fueran curiosas, y las arengaban para que mejor se pusieran a estudiar; todos, menos una, la maestra de taquigrafía quien, bajando la voz y poniéndose muy seria, dijo que ella sabía la razón de la ausencia de Silvia y que se los contaría, siempre y cuando no llegara a oídos del director, quien había prohibido, tajantemente, que se hablara del asunto. Las chicas le juraron a la maestra que no dirían nada fuera del aula, pues querían saber qué ocultaban los adultos con tanto misterio.
-Al papá de su compañera le dio un infarto fulminante y murió el día que vino a buscarla el profesor Quirarte -contó la maestra en un susurro.
Las muchachas se asombraron y entristecieron por su compañera. La chica quería mucho a su papá y siempre hablaba con cariño de él. Pero para nadie era un secreto que, para ser papá de una adolescente, el señor ya era muy grande. Algunas pensaban que más bien era su abuelo.
Por fin un día Silvia regresó a la academia, pero para despedirse de sus amigas y de los maestros. La muchacha estaba irreconocible, pálida, triste y con la mirada asustada; parecía un cachorro cuando lo separan de sus padres. Les dijo que ya no podía seguir estudiando, ahora tenía que trabajar para ayudar a su madre. Con tristeza la despidieron y Silvia se retiró
Cierta tarde, cuando salí de clases, pasé por el edificio donde había trabajado el padre de Silvia, y me sorprendí de verla. Vestía una bata de afanadora y se encontraba trapeando el vestíbulo del edificio. Quise pasar rápido para que no me viera y no avergonzarla. Pero era tarde, la muchacha ya me había visto, y me invitó a entrar con una sonrisa triste, al tiempo que me decía:
-Como no quisieron darnos indemnización por la muerte de mi papá, esto es lo único que me ofrecieron; y desgraciadamente lo tuve que aceptar. Ya sabes, el dueño es abogado al igual que todos los inquilinos, teníamos todas las de perder mi familia y yo. Así que aquí me tienes, haciendo lo único que no quería mi padre, verme de criada. ¡Ay, amiga, si él me viera! Tanto sacrificio para nada -dijo con los ojos al borde del llanto.
-Pero explícales que ya te faltaba muy poco para terminar la carrera. De pérdida que te den un trabajo de mecanógrafa, de archivista, no sé; o quizá en otro lado -dije indignada.
-Ya lo intenté y corrí con mala suerte. En ningún lado quieren a una muchacha fea y tosca como yo. Y más vale viejo conocido que nuevo por conocer. Ni siquiera me dieron el puesto de elevadorista, aunque sabían que cuando mi padre no estaba, yo lo manejaba. Según el patrón, tiene que ser un hombre -dijo Silvia, suspirando resignada.
Me despedí de la muchacha y camino de regreso a casa, recordé lo que la maestra de mecanografía le dijo a Silvia, un día que la desesperó en clases.
-¡Cómo quieres ser secretaria si tienes manos de tortillera! ¡Chamaca, equivocaste el oficio!
Esa vez, todas reímos de buena gana, jamás imaginé que con el paso de los años resultaría cierta aquella humillación de la profesora.

Tomado de la Sección Mujer de la Gaceta de Chicoloapan

Relatos desde Regina

El Perpetrador
Por Roxana Martínez Huerta
La escuela secundaria sólo distaba tres calles de mi casa, de cuya puerta me despedía mi madre, no sin antes darme miles de bendiciones, mientras insistía en acompañarme, a lo que 
yo me oponía rotundamente. Cursaba el tercer año y mis compañeros hacían bullying a los perdedores que iban acompañados por algún adulto. Con tal de pertenecer, como buena borrega del rebaño, yo seguía las reglas.
Esa mañana miré el reloj. Faltaba poco para que dieran las siete. Aceleré el paso, pero al caminar cerca de un angosto zaguán, me pescaron fuertemente del brazo, me tapaban la boca, y me arrastraban hacia dentro de un edificio. Luché por zafarme con todas mis fuerzas, pero un desconocido me tomó de los cabellos y me asestó una serie de golpes que caían en todo mi cuerpo. Yo me resistía hasta que de una patada, certera y contundente en la barbilla, me noqueó, dejándome sin sentido.
Cuando volví en mí, no sabía dónde estaba, ni cuánto tiempo había pasado. Era un lugar muy oscuro. Luego que mis ojos se adaptaron a la penumbra, observé que estaba bajo la escalera del edificio. Golpeada, con la ropa hecha girones. Presentí lo peor.. y acerté. El hombre que me atacó había abusado de mí. Me incorporé. Recogí mi mochila que se encontraba a un lado. Miré el reloj: eran las nueve de la mañana. Me dolía todo el cuerpo. Quería salir del hueco aquél pero no me atrevía; ignoraba qué aspecto tendría, y no quería espantar a mi madre. Saqué el espejo de la mochila, miré mi barbilla hinchada y amoratada. Me faltaban mechones de cabello. Vi una llave de agua y, comencé a lavarme. Había sangre escurriendo entre mis piernas. Al subirme la falda del uniforme me di cuenta que me habían quitado la ropa interior. Tentaleé en la oscuridad el sucio suelo, pero no encontré nada. Me arreglé lo más que pude, amarré el suéter a mi cintura y dispuesta a salir de ahí.  Me asomé a la puerta. La calle estaba casi desierta, corrí sin parar hasta mi casa. Afortunadamente mi madre ya se había ido a trabajar. Me metí corriendo a la regadera y, llorando de rabia e impotencia, quemé en el lavadero mi uniforme. Decidí no decir nada a nadie y cobrarme aquella afrenta por mí misma.
Cuando mi madre volvió del trabajo me bombardeó a preguntas, sólo le dije que, al salir de la escuela, un grupo de vándalos nos asaltaron a mis amigas y a mí. Como yo opuse resistencia sólo a mí me habían golpeado. Le dije  que no tenía ningún caso dar parte a la policía, ya sabíamos que no les harían nada, puesto que eran menores de edad. Todo este cuento ya lo había pactado por teléfono con mis dos amigas, que conocía mi madre. También a ellas les conté una verdad a medias. Diría lo que en realidad me había ocurrido, hasta que ya me hubiera vengado.
El coraje me hizo reponerme muy rápido de mis lesiones. Fui a la fiesta de graduación y me inscribí en un curso de defensa personal, diciéndole a mi mamá que iba a la gimnasia. Pero sobre todo, investigué quién me había atacado. Cuando di con él, lo espié con paciencia, día tras día, hasta saber sus movimientos y horarios. Se trataba de un asqueroso que vivía en la azotea del edificio de departamentos donde me había atacado. No sólo agredía físicamente, todas las mañanas, cuando pasaban las mujeres por la calle, se bajaba los pantalones y les enseñaba sus partes, para después meterse corriendo al edificio para esconderse. Yo entrenaba con muchas ganas, porque me imaginaba que era a él a quien pateaba y aporreaba. El instructor, al observarme, preguntó por qué pegaba con tanta fuerza, con tanto coraje. Sólo reí, sin decir nada. Al parecer yo le había simpatizado y una tarde, a la salida, me abordó.
-Te he estado estudiando y aunque todavía no tienes mucha técnica, das golpes certeros y con mucha fuerza. Cuéntame el motivo de tu enojo y te prometo entrenarte hasta hacer de ti una campeona.
-No quiero competir con nadie, lo hago sólo porque me gusta y, claro, para defenderme -dije.
-¿De quién? -preguntó.
-De nadie en particular. Sólo para protección, si alguien me ataca -contesté.
-Cuéntame y, sin ningún compromiso, sólo porque veo que eres una chica muy responsable y formal, te haré en poco tiempo una buena peleadora -insistió.
Al final me desahogué con él. No le había contado a nadie, y al escuchar esas palabras salir de mi boca, tuve una mezcla rara de sentimientos. Cuando terminé, el profesor Guillermo, lanzando un largo suspiro dijo:
-Te aseguro que dentro de poco tiempo te vas a desquitar de ese desgraciado cobarde.
Al cabo de unos meses me sentí preparada. Tomé un cuchillo de la alacena, espere a que mi madre se fuera a trabajar y me aposté en la calle, esperando ver al perro aquel. Vi que una mujer joven se acercaba al lugar en cuestión, luego saltó y se cruzó corriendo la calle. Supe que él estaba ahí. Me pegué a la pared lo más que pude. Cuando percibió que alguien iba a pasar, saltó delante de mí, bajándose los pantalones y enseñando su asquerosa desnudez, muerto de risa. Luego intentó meterse al edificio, pero yo fui más veloz, y le di alcance. Lo tomé de los cabellos, arrastrándolo bajo la escalera, un lugar que yo conocía muy bien. Me insultaba y se defendía, pero era en vano, éramos casi de la misma estatura. Sus golpes no hacían mella en mí, muy al contrario, golpe o patada que yo le lanzaba hacía que le brotara sangre de boca y nariz. Cuando su cara fue sólo una masa sanguinolenta, y las costillas evidentemente rotas, le recordé lo que me había hecho y que ahora le tocaba a él. Me puse a horcajadas sobre el bastardo y le desgarré el pantalón con el cuchillo. Él se retorcía con la poca fuerza que le quedaba, pero mi coraje era superior. Metí una mano y busqué su repulsivo miembro y con otra di el tajo para desprenderlo de su cuerpo. Esperé hasta verlo desangrarse por completo.
Cuando todo terminó, me sentí libre y satisfecha. Nadie supo quién había matado a aquella fea alimaña. Al correr el tiempo, me inscribí en la preparatoria e hice mi vida normal, sin ningún remordimiento ni sobresalto hasta el día de hoy.
Tomado del Horror de la Gaceta de la Gaceta de Chicoloapan