lunes, 12 de octubre de 2015

La Columna Incómoda

¿Hacia dónde va el PRD?
En Chicoloapan la competencia y la alternancia han sido sólo entre dos partidos: PRI y PRD. Pero una cosa son los institutos políticos y, otra, quienes toman las decisiones y dirigen el partido. El encontronazo inicial se dio en 1996, cuando el crecimiento del partido del sol azteca permeó la zona conurbada del D. F., y surgió el “corredor amarillo” en la zona oriente del Estado de México.

La caída electoral del PRI vino con el resquebrajamiento del sistema, iniciado la década anterior (1985 y 1988), y de la descomposición social de “El año en que vivimos en peligro (1994)” (así llamado por Jorge G. Castañeda), con sucesos terribles como el “error de diciembre”, la entrada en vigor del TLC, la irrupción catártica del EZLN y los contundentes textos del Sup, los balazos que dejaron en el camino al Cardenal Posadas, Colosio y Ruiz Massieu, los pleitos entre los Salinas y Zedillo, las pantomimas como El Chupacabras y “La Paca”, la crisis de 1995, y el rescate millonario de los bancos, el famoso FOBAPROA.

En 1996 Chicoloapan quedó a poco más de 600 votos del PRI. El entonces candidato unificó las acciones contestatarias de un PRD se mostraba y actuaba como partido de oposición, lo que le permitió ganar las simpatías de las familias de la cabecera y las colonias (faltaban algunos años para la construcción de las unidades habitacionales). Pero el sistema era insostenible y, al año siguiente, en 1997, el PRD ganó el Gobierno y las delegaciones del Distrito Federal, y las diputaciones federales de la zona metropolitana, incluido el distrito 25 del Estado de México, que incluía a los municipios de Chimalhuacán y Chicoloapan.

Es sabido que para el 2000 el PRI perdió la presidencia de la República y, en Chicoloapan, la presidencia municipal, frente a un candidato perredista que creció en la campaña y fue apoyado por una fracción del PRI. Se pueden argumentar muchas cosas, a toro pasado, pero puedo afirmar que sin la fractura del PRI en ese año, no habría ganado el PRD. La cuestión es que con el nuevo mileno, inició la etapa del gobierno municipal perredista y el crecimiento acelerado de la población. La zona de San Isidro creció geométricamente y la hacienda de Tlalmimilolpan y el Rancho de Costitlán se convirtieron en miles de casas, con lo cual la política local dio un giro.

El "salto" en las finanzas municipales y los “apoyos” de los consorcios transformaron el hasta entonces poco importante Chicoloapan, en un botín apetecible para todos. Dio inicio la bonanza y los gobiernos perredistas aprendieron rápidamente a “administrar la abundancia”. Autos de lujo, propiedades, eventos majestuosos, jardines convertidos en enormes cantinas, ferias y fiestas, Vino la cooptación de líderes tradicionales y la “gestación” de nuevos en el seno de la tesorería, los tinacos y las despensas que arrimaban miles de dádivas que parecían no tener fin. Se integraron aceitadas estructuras y se consolidó un fuerte clientelismo electoral. El PRD ganaba todas las contiendas.

Todo iba de maravilla en ese mundo de fantasía hasta que afloró el pleito por el control del poder y las finanzas, vino la fractura del invencible partido amarillo, la entrega del territorio municipal, el endeudamiento, la proliferación de grupos, la soberbia, el nepotismo y el hastío popular. En 2009 el PRD perdió las diputaciones local y federal, pero mantuvo la presidencia municipal, nuevamente gracias a oscuros apoyos de grupos priistas. Pero la debacle era inevitable. En 2012, aumentó la deserción de las filas amarillas, vino el “efecto Peña”, los priistas fueron juntos a la elección y dieron el empuje final al gobierno perredista.

La derrota dejó una difícil tarea a quienes se mantienen dentro de las filas amarillas. Huérfanos, sin líderes o cabezas de fuerza, pues habían abandonado el barco que se hundía. En 2013, sin haber asimilado la derrota ni tener experiencia de trabajo de oposición, los perredistas llevaron a cabo su proceso interno de renovación de estructuras, que dejó satisfechos a muy pocos, y una cauda de acusaciones mutuas de compra de votos y falta de compromiso y trabajo comunitario. “Durante más de un año ni siquiera nos hablamos”, me dijo un militante perredista.

En ese entorno de desconfianzas, sin liderazgos que reagruparan, y todos buscando arañar un lugar en la nómina, además de sentirse generales y hablar de sus inexistentes fortalezas y grupos, vino la definición del candidato y de la planilla para la elección del 2015. Un proceso donde nunca prevaleció una visión de partido ni mucho menos de poder. Ni una lectura adecuada del pasado cercano, de cómo en Chicoloapan la alternancia y la conservación del poder municipal han sido resultados, en gran parte, de los acuerdos entre grupos y personajes. No supieron o no quisieron aprovechar la enorme fractura de los priistas, traicionando con ello las expectativas de cambio de la ciudadanía, que ansiaba echar al PRI del palacio municipal.

El resultado electoral es conocido. Y ahora las cosas parecen complicarse. Hay más grupos dentro del PRD, es decir, es mayor la dispersión. Ello sería sano y loable si mantuvieran una directriz partidaria y una línea de acción concertada. Pero parece que las discordias se acrecientan. Todos desconfían de todos. Ya hasta el excandidato del PRD, que fue propuesto por los dirigentes de ADN, tuvo que crear su propia organización (CDIS), que por cierto es desconocida por esos mismos compañeros impulsores de su campaña. Unos dicen que la pugna es ficticia, para así rescatar inconformes, otros, que es más real que el retorno de Adrián.

De por sí ya estaba complicado el escenario para la oposición, ahora que hay más aspirantes en la línea de arranque pueden estar caminando a su declive (Morena va a por todo, Encuentro Social no quitará el dedo del renglón, y los "independientes" pueden asomar la cabeza). “Jugando” con ese escenario los tres excandidatos que obtuvieron mayor votación en junio pasado, llevan a cabo reuniones o encuentros "para llegar a acuerdos". Primero lo hicieron en lo oscurito (fieles, unos, a su creencia de que esto es sólo de unos cuantos, y otros, más ingenuos, de que con sólo juntarse ya solucionaron el conflicto). Con acierto, el excandidato perredista, Samuel Ríos, cuando le correspondió ser anfitrión, hizo una convocatoria abierta, para permitir transparentar esas reuniones y probables acuerdos frente a sus seguidores. Buen intento, pero fue notable la ausencia de agrupaciones perredistas de las que se esperaría fueran sus aliados naturales.

Regresamos pues al principio. Al día de hoy ha quedado claro que Morena no irá, en la elección del 2018, con el PRD “ni a la esquina” (Peje dixi). Es obvio. Fueron miembros de este partido y lo abandonaron por intereses y conveniencias. Por eso el PRD nacional ya acordó, para el 2016, una alianza con el PAN. Hay quien se rasga las vestiduras por esta anunciada alianza como si en política hubiera buenos y malos. Pregúntenle a cualquier ciudadano y les dirá que todos son iguales.

Pero el buen juez por su casa empieza y, en consecuencia, el PRD municipal debería primero recomponer las cosas al interior, como intentan hacerlo a nivel nacional; reconocer su responsabilidad en la peor derrota que ha tenido ese partido en Chicoloapan; revisar el comportamiento político de quienes han tomado las decisiones y usufructuado los cargos, sin caer en la autoflagelación, pero si con una visión crítica. De qué sirven los propósitos de renovación, que hablan de abrir el partido a la sociedad, cuando entre ellos mismos se desconocen; de qué sirven los discursos huecos de ser una verdadera oposición, si avalan todas las decisiones de la administración del patrón y nunca han expresado una crítica del mal gobierno, ni han hecho público algún posicionamiento político respecto de sus obras y acciones.

Pero esos son los que están, y con ellos seguirá operando el PRD en Chicoloapan. Lo demás, son sueños guajiros.

Juan Bautista Mendoza