sábado, 19 de noviembre de 2016

El Monte de Los Olivos

En el invierno de 1994 tuve la posibilidad de conocer un centro de rehabilitación para adictos a la heroína. Fue en la ciudad de Tijuana. En ese entonces el ambiente social era fúnebre, olía a sangre y a asesinato. Cerca de allí, meses antes, en Lomas Taurinas, mataron a un candidato a la presidencia de la República. El centro de internamiento para heroinómanos estaba construido en una de esas lomas que circundan la ciudad, era un edificio de un nivel rodeado de árboles de olivo, que los antecesores plantaron y que ahora lucían frondosos. Esa era la causa de que su director se refiriera al establecimiento como ‘El Monte de Los Olivos’.

Hacía frío y la zona era árida. Cuando ingresé al lugar yo esperaba encontrarme con salas hospitalarias, camastros y adictos encamados y moribundos. Nada de eso. Más bien lo que vi fueron amplios salones, cubículos para la dirección, la administración, la cocina, un comedor y consultorios para psiquiatras, médicos y psicólogos. El patio estaba habilitado como cancha de basquetbol y voleibol. Al fondo, el pabellón de los internos. El director me invitó a una de las sesiones terapéuticas de los adictos que daba inicio en ese momento. Un grupo reducido de no más de veinte personas ocupaban las sillas colocadas en círculo. La mayoría varones. Sólo dos mujeres, quienes resultaron ser una psicóloga y una trabajadora social, es decir, personal del equipo médico. Quince eran los internos. Todos mayores de treinta años, no había jóvenes. Con excepción de sus miradas vidriosas, ninguno presentaba características de enfermos. Todos mostraban cuerpos sanos y enérgicos. Al terminar la terapia colectiva se prepararon para realizar actividades deportivas.

El director del centro, un psiquiatra alto, esbelto de unos 45 años, con espejuelos, actitud seria y don de mando me instruyó sobre el asunto: “En Tijuana el problema de adicciones no es ni la mariguana ni los inhalables, es la heroína. La heroína sí es una droga, muy pesada y muy adictiva; destruye rápidamente la voluntad del adicto. Una vez enganchado, el adicto a la heroína vive exclusivamente para consumirla. Nosotros, aquí en Tijuana, nos reímos de los problemas de dependencia de que se habla en la ciudad de México, mariguana e inhalables. Aquí puedes ver a los niños y adolescentes fumando mariguana o con su mona en la mano, pero no representa un problema mayor; quizá los inhalables, por los daños que puede ocasionar al organismo. Claro, comienza a ser preocupante el consumo del ‘crack’ y ‘la piedra’. Pero un heroinómano es otra cosa. Los heroinómanos abandonan el núcleo familiar y social, viven para la droga. El problema del adicto empieza cuando sólo les queda una dosis en la bolsa. Es decir, tenían dos, pero ya se inyectaron una; entonces cuando pase el efecto y se inyecten la última dosis, saben que están en graves problemas. Por eso, antes de inyectarse la última dosis, roban, se venden, asaltan, hacen lo que sea para obtener dinero y poder comprar otra dosis. Cuando lo obtienen y compran su segunda dosis viene un corto periodo de calma. Luego se inyectan la que traían en la bolsa, y el ciclo de horror se reinicia; y entre más se inyectan mayor es la dependencia y la destrucción del organismo.

"¿Pero por qué en Tijuana existe este problema? ¿Por qué es un problema de adultos? Como se sabe, Tijuana es un punto de arribo de multitud de migrantes nacionales y centroamericanos, que abandonaron sus pueblos y a sus familias, caminaron miles de kilómetros con el objetivo cruzar la frontera y hacer realidad el sueño americano. Pero resulta que la mayoría no logra cruzar o son deportados, rechazados, es decir, literalmente, expulsados. El impacto emocional y mental es brutal. Su última esperanza de obtener un empleo, ganar dinero y construir una vida mejor para su familia, se derrumba. Se convierten así en presa fácil para los enganchadores de droga. Míralos, me dijo señalando a los andrajosos que caminaban en las calles o estaban tirados sobre las banquetas o bajo los puentes. Míralos. Esos hombres y mujeres en plenitud que ayer soñaron un mundo mejor, hoy están reducidos a piltrafas humanas que deambulan como zombis, sin esperanza ni razón de vida, matando y robando para poder conseguir la droga.  Esto sí es un problema, no la mariguana.”

En el centro de internamiento a los pacientes los mantenían en actividad permanente, para evitar cualquier forma de inacción, pues el síndrome de abstinencia los persigue como su sombra. Los internos se levantan muy temprano, toman un desayuno especial, sin chile ni alimentos muy condimentados, debido al estado de afectación de sus estómagos. Practican muchas horas de deporte, principalmente aquél que implique trotar, luego vienen las sesiones terapéuticas, horas de lectura, música. Por las noches personal médico permanece siempre en el dormitorio colectivo, pues son constantes las pesadillas, las crisis de angustia y los calambres de la abstinencia. Descontando estos eventos, considerados comunes y normales en pacientes heroinómanos, las noches son apacibles, menos cuando hay un nuevo ingreso.

El pabellón de internamiento contaba con dos dormitorios, uno para mujeres y otro para varones. A la entrada de ambos estaba “El cuartito”, como le dían todos, una habitación de dos metros cuadrados con el piso y las paredes acolchadas, donde pasa su primera noche el nuevo interno. Una regla del centro es: ‘cero drogas’. Así, cuando era aceptado un nuevo adicto, el protocolo de ingreso retira la droga de tajo. "En este centro rehabilitamos, no sólo desintoxicamos, como sucede en la mayoría de los centros privados", afirmaba tajante, el director. Entonces, en su primera o primeras noches, dependiendo del grado de adicción, el paciente es recluido en ese lugar. En esa velada, mientras los demás internos intentan dormir, de pronto se escuchan aullidos, gritos de dolor del adicto que, literalmente, se azota contra las paredes ante el embate de dolor que le provoca el síndrome de abstinencia. Los demás internos escuchan los gritos y se genera una psicosis colectiva. Los adictos tiemblan, sudan y no pueden dormir. Los especialistas afirman que esto es parte del proceso terapéutico de rehabilitación, pues los internos saben que ellos también vivieron esa etapa, sintieron esos dolores físicos, también ellos aullaron de dolor y se abalanzaron contra las paredes acolchadas. Esos alaridos del nuevo interno les recuerdan lo que les espera si recaen en la adicción. Esas noches personal técnico permanece en el dormitorio colectivo, incluido un psiquiatra y médicos listos a atender cualquier contingencia. Por la mañana sale el interno de 'El cuartito’ como si regresara del infierno, tembloroso, demacrado, enfermo. Le recuerdan que las puertas del centro siempre están abiertas. Si lo desea se puede ir, pero no habrá una segunda oportunidad. Si decide quedarse, todos le dan la bienvenida y se comprometen a ayudarle en el difícil proceso de aprender a vivir sin drogas.

Eso fue en el invierno de 1994, cuando el número de deportados o de migrantes que no lograban cruzar la frontera se contaba por cientos. ¿Cómo y de qué magnitud será ahora la problemática cuando los deportados se cuenten por millones? 

Juan Bautista Mendoza

Consulta también La Gaceta de Chicolopan 

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