Noche de Halloween
Por Roxana Martínez Huerta
Al salir de
clases Desiré y sus amigos fueron a comprar los disfraces para la noche de
halloween que celebrarían en su casa. Luego, un grupo fue a comprar las bebidas
y la comida y otro, los adornos. Lo más difícil para la muchacha fue obtener el
permiso de sus padres para que les dejaran la casa sin presencia de adultos.
Pues el festejo, según ella, no sería igual, ya que algunos jóvenes se
incomodaban con la presencia de los papás.
-Ningún papi
está invitado. Ma, por fa –suplicó Desiré a la madre.
-Tu padre y yo
estaremos arriba. Te prometemos no bajar. Pondremos una película y no
interferiremos en tu reunioncita. Pero, solos no. Comprende, puede pasar
cualquier cosa –argumentó la madre.
-No. Cuando vean
la camioneta estacionada afuera, sabrán que están aquí, cuidándome. Mis amigos
van a pensar que soy una niñita sonsa, y ya no van a querer ir a ningún lado
conmigo –rogó la joven.
-No. Y es mi
última palabra. Están en una edad fantasiosa e irresponsable. Además, dos de
las mamás de tus amigas me las encargaron –dijo tajante.
-¿Qué? Viejas
desconfiadas. No vamos a hacer nada malo. Que triste que no confíen en
nosotras. Mejor voy a hablar para cancelar, y que lo hagan en otra casa en
donde tengan padres más alivianados y no tan gachos –dijo, haciendo pucheros
como una bebé.
-Está bien. No
canceles nada, ni hagas tanto argüende. Que sea aquí. Pero prométeme contestar
mis mensajes y no hacerte tonta. Vamos a estar en casa de tu tía Lucía, pero
cualquier cosa que pase, por tonta que te parezca, me llamas ¿O.K? – dijo la
madre rendida ante tanta palabrería de la consentida hija.
-Si mamita, te
lo prometo –dijo abrazando y besando a la madre.
Con la casa
libre de adultos empezaron a llegar las amigas para adornar la casa y preparar
los bocadillos. Luego fueron a la habitación para a maquillarse y disfrazarse.
Los chicos empezaron a llegar más tarde, sorprendiéndolas con sus disfraces.
Pusieron la música, apagaron las luces y encendieron las velas para alumbrar la
sala. Desiré estaba sorprendida de tantos invitados. Tenía programadas unas
treinta personas, pero el lugar estaba abarrotado desde la entrada hasta la
cocina. Algunos chicos utilizaban los escalones para poner sus bebidas, pues ya
no había lugar libre.
-O ya estoy
borracha o veo doble. ¡Qué poder de convocatoria tienes amiguita! –exclamó una
de las muchachas.
-No sólo son del
salón, está aquí toda la escuela. Hay que decirles a Richi y David que vayan al
súper por más chupe y chatarra porque no va a alcanzar. Chupan en serio
–contestó Desiré sorprendida.
-Si. Pero
mientras van, hay que organizar el concurso de disfraces Desi, yo me ofrezco –
dijo otra de las chicas.
Desiré aceptó y
se dirigió a la puerta, pues seguían llegando jóvenes. La fiesta continuó muy
animada. Mientras todos gritaban y bailaban Desiré observó, en un rincón junto
al baño, a un joven sentado en el suelo. Estaba disfrazado del Dr. Hannibal
Lecter, el protagonista de la película Silencio de los Inocentes, con la careta
en forma de bozal y una camisa de fuerza además de una capucha.
-¿Tú quien eres?
–preguntó la muchacha.
-Hannibal –dijo
el joven.
-Si ya se. Pero
cómo se llama el de abajo del disfraz –insistió.
-Adivina, tienes
fama entre tus cuates de ser muy lista.
–Contestó el muchacho con voz nasal.
-¿Eres de la
escuela? Te me haces conocido.
-No se, dímelo
tú. -Dijo el tipo.
Al reconocer la
voz del joven, Desiré se estremeció. Se trataba del hijo del conserje de la
prepa, quien siempre la espiaba de lejos con una mirada insistente que le daba
miedo. Aunque era joven, no era alumno. Sus padres lo sobreprotegían porque
había nacido con labio hendido y los alumnos de la escuela lo apodaban El
Leporino. No tanto por su defecto, sino que por su condición siempre fue
peleonero y vengativo, situación que sus padres no pudieron manejar y
prefirieron aislarlo de la gente. No hablaba con nadie aunque lo saludaran.
Sólo observaba a todos y se colocaba a hurtadillas para escuchar la plática de
las chicas cuando entraban al baño. Lo malo para Desiré es que el joven
desarrolló una especial fijación por ella, y siempre estaba tras algún arbusto
sin quitarle la mirada de encima, lo que a la muchacha le daba terror. Se había
enterado de la fiesta y, con el disfraz, pasó desapercibido para todos. Ahora
estaba frente a la chica.
Desiré quiso
alejarse para pedir ayuda, pero él la tomó con fuerza. Con una mano enguantada
le tapó la boca y con la otra le puso un cuchillo en el cuello y la arrastró
dentro del baño.
Con el ruido y
la oscuridad nadie se dio cuenta de lo que ocurría. Pasado un rato, y luego de
tocar repetidas veces y forcejear con la perilla, decidieron echar la puerta
abajo. Encontraron a la muchacha tirada en el suelo, en medio de un charco de
sangre. Estaba viva, pero tenía muchos cortes en la cara. El labio superior
estaba dividido de un tajo y le faltaba una oreja, que al parecer el sujeto se
había llevado. Uno de los muchachos señaló el espejo. Con la misma sangre de la
joven estaba escrito: Ahora que nos parecemos, ya no hay motivo para soportar
tu desprecio.
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