jueves, 22 de noviembre de 2018

Relatos desde Regina


Noche de Halloween

Por Roxana Martínez Huerta


Al salir de clases Desiré y sus amigos fueron a comprar los disfraces para la noche de halloween que celebrarían en su casa. Luego, un grupo fue a comprar las bebidas y la comida y otro, los adornos. Lo más difícil para la muchacha fue obtener el permiso de sus padres para que les dejaran la casa sin presencia de adultos. Pues el festejo, según ella, no sería igual, ya que algunos jóvenes se incomodaban con la presencia de los papás.
-Ningún papi está invitado. Ma, por fa –suplicó Desiré a la madre.
-Tu padre y yo estaremos arriba. Te prometemos no bajar. Pondremos una película y no interferiremos en tu reunioncita. Pero, solos no. Comprende, puede pasar cualquier cosa –argumentó la madre.
-No. Cuando vean la camioneta estacionada afuera, sabrán que están aquí, cuidándome. Mis amigos van a pensar que soy una niñita sonsa, y ya no van a querer ir a ningún lado conmigo –rogó la joven.
-No. Y es mi última palabra. Están en una edad fantasiosa e irresponsable. Además, dos de las mamás de tus amigas me las encargaron –dijo tajante.
-¿Qué? Viejas desconfiadas. No vamos a hacer nada malo. Que triste que no confíen en nosotras. Mejor voy a hablar para cancelar, y que lo hagan en otra casa en donde tengan padres más alivianados y no tan gachos –dijo, haciendo pucheros como una bebé.
-Está bien. No canceles nada, ni hagas tanto argüende. Que sea aquí. Pero prométeme contestar mis mensajes y no hacerte tonta. Vamos a estar en casa de tu tía Lucía, pero cualquier cosa que pase, por tonta que te parezca, me llamas ¿O.K? – dijo la madre rendida ante tanta palabrería de la consentida hija.
-Si mamita, te lo prometo –dijo abrazando y besando a la madre.
Con la casa libre de adultos empezaron a llegar las amigas para adornar la casa y preparar los bocadillos. Luego fueron a la habitación para a maquillarse y disfrazarse. Los chicos empezaron a llegar más tarde, sorprendiéndolas con sus disfraces. Pusieron la música, apagaron las luces y encendieron las velas para alumbrar la sala. Desiré estaba sorprendida de tantos invitados. Tenía programadas unas treinta personas, pero el lugar estaba abarrotado desde la entrada hasta la cocina. Algunos chicos utilizaban los escalones para poner sus bebidas, pues ya no había lugar libre.
-O ya estoy borracha o veo doble. ¡Qué poder de convocatoria tienes amiguita! –exclamó una de las muchachas.
-No sólo son del salón, está aquí toda la escuela. Hay que decirles a Richi y David que vayan al súper por más chupe y chatarra porque no va a alcanzar. Chupan en serio –contestó Desiré sorprendida.
-Si. Pero mientras van, hay que organizar el concurso de disfraces Desi, yo me ofrezco – dijo otra de las chicas.
Desiré aceptó y se dirigió a la puerta, pues seguían llegando jóvenes. La fiesta continuó muy animada. Mientras todos gritaban y bailaban Desiré observó, en un rincón junto al baño, a un joven sentado en el suelo. Estaba disfrazado del Dr. Hannibal Lecter, el protagonista de la película Silencio de los Inocentes, con la careta en forma de bozal y una camisa de fuerza además de una capucha.
-¿Tú quien eres? –preguntó la muchacha.
-Hannibal –dijo el joven.
-Si ya se. Pero cómo se llama el de abajo del disfraz –insistió.
-Adivina, tienes fama entre tus cuates de ser muy lista.  –Contestó el muchacho con voz nasal.
-¿Eres de la escuela? Te me haces conocido.
-No se, dímelo tú. -Dijo el tipo.
Al reconocer la voz del joven, Desiré se estremeció. Se trataba del hijo del conserje de la prepa, quien siempre la espiaba de lejos con una mirada insistente que le daba miedo. Aunque era joven, no era alumno. Sus padres lo sobreprotegían porque había nacido con labio hendido y los alumnos de la escuela lo apodaban El Leporino. No tanto por su defecto, sino que por su condición siempre fue peleonero y vengativo, situación que sus padres no pudieron manejar y prefirieron aislarlo de la gente. No hablaba con nadie aunque lo saludaran. Sólo observaba a todos y se colocaba a hurtadillas para escuchar la plática de las chicas cuando entraban al baño. Lo malo para Desiré es que el joven desarrolló una especial fijación por ella, y siempre estaba tras algún arbusto sin quitarle la mirada de encima, lo que a la muchacha le daba terror. Se había enterado de la fiesta y, con el disfraz, pasó desapercibido para todos. Ahora estaba frente a la chica.
Desiré quiso alejarse para pedir ayuda, pero él la tomó con fuerza. Con una mano enguantada le tapó la boca y con la otra le puso un cuchillo en el cuello y la arrastró dentro del baño.
Con el ruido y la oscuridad nadie se dio cuenta de lo que ocurría. Pasado un rato, y luego de tocar repetidas veces y forcejear con la perilla, decidieron echar la puerta abajo. Encontraron a la muchacha tirada en el suelo, en medio de un charco de sangre. Estaba viva, pero tenía muchos cortes en la cara. El labio superior estaba dividido de un tajo y le faltaba una oreja, que al parecer el sujeto se había llevado. Uno de los muchachos señaló el espejo. Con la misma sangre de la joven estaba escrito: Ahora que nos parecemos, ya no hay motivo para soportar tu desprecio.


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