El Baño de las niñas
Por Roxana Martínez Huerta
Estando en cuarto año de primaria nos
tocó al grupo estar en el segundo piso del plantel. La escuela Joaquín García
Icazbalceta se ubicaba en el segundo Callejón de Mesones, en el centro de la
Ciudad de México. Como éramos los únicos alumnos en ese piso, no compartíamos
los sanitarios con los demás alumnos. Así que una vez que fui al baño me
sorprendió ver a una niña desconocida. Estaba llorando apoyada en el lavabo, se
secaba las lágrimas con el delantal del uniforme. Al salir de mi urgencia, me
lavé las manos y le pregunté por qué
lloraba. Estaba agachada. No contestó. Tenía el pelo revuelto y terroso, el
uniforme arrugado, sucio. Las manos le temblaban enrojecidas. Insistí
preguntándole de qué grupo era. Le advertí que su baño estaba abajo, que los de
arriba eran sólo para nosotros. Por respuesta recibí más silencio, y al
levantar la cara me lanzó una mirada llena de odio, me dio más miedo que coraje
la reacción de la intrusa; así que me fui corriendo al salón. El maestro Juan
que estaba parado cerca de la puerta dijo -No corras Huerta, parece que viste
un fantasma- Claro las carcajadas del grupo entero no se hicieron esperar. Del
tono amarillo del susto pasé al rojo de la vergüenza. Me fui a sentar muy
callada.
A la hora del
recreo se me acercó Laura, una compañera del salón. -¿Qué te pasó que venías
verde del baño? ¿Viste a la chava que espanta? -Preguntó.
¿Cuál chava? -Ccontesté sin muchas ganas de platicar.
Pues el fantasma
que se aparece en el baño de las niñas. -dijo Laura con mucha seriedad- siguió,
-Es muy famosa, raro que tú no conozcas la historia, has hecho varios años aquí
¿no?
-Tres, pero
nunca había oído y mucho menos había visto lo que hoy vi. ¿Qué le pasó, por qué
se aparece? ¿Tú sabes algo? pregunté.
Laura conocía
muchas cosas de la escuela ya que vivía enfrente. Me jaló hacia las escaleras,
nos sentamos comiendo nuestras tortas con refresco, y rodeadas de varios curiosos
que también querían saber la historia, me contó lo que se sabía de la muchacha
que andaba penando en la escuela.
Años atrás,
jugando a la hora de la salida sus amigas habían encerrado en el baño a
Graciela, así se llamaba la jovencita. No se sabe bien porqué no la sacaron. Si
se les olvidó o lo hicieron a propósito. Esto sucedió un viernes, así que quedó
encerrada muchas horas, y en el frío de un mes de invierno. Ningún adulto se
dio cuenta, ni maestros, ni vecinos. El conserje dice que no oyó nada, la
encontró hasta el lunes que abrió el baño para lavarlo. Estaba muerta,
completamente helada y amoratados los labios. Al parecer murió de frío. Sus
padres preguntaron por ella a la salida, pero sus compañeros de grupo les
dijeron que Graciela ya se había ido, así que no insistieron, buscándola todo
el fin de semana en todo el rumbo, menos en la escuela; donde sufrió y agonizó
todo ese tiempo. Imaginándonos sus últimos momentos llenos de miedo y
desesperación nos quedamos en silencio hasta que sonó la campana.
Regresando a la
realidad subimos al salón, al entrar el maestro dijo riendo: -Cuando tengan
ganas de ir al baño, vayan a los de abajo, por si las dudas, ¿verdad Huerta?
Sólo que esta vez nadie se río.
Lo que al
maestro Juan le provocaba tanta risa, a mi no, ya que la mirada de odio de
aquella joven estuvo en mis pesadillas por algún tiempo.
Tomado del Horror de La Gaceta de Chicoloapan
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