jueves, 14 de diciembre de 2017

Relatos desde Regina

Mujer contra mujer


Roxana Martínez Huerta


Todas las noches con paso lento pasaba por una cajetilla de cigarros a la tienda de la esquina; daba las buenas noches al dueño y se iba echando bocanadas de humo rumbo a su casa, a descansar, luego del pesado trajín de la taquería “El Campeón”, donde había trabajado toda su vida. Yolanda era una mujer alta, corpulenta, pausada en sus movimientos, pero con una cara muy dulce que parecía que siempre estaba triste. Llevaba el pelo corto con un flequillo gracioso, vestía siempre de negro y con calzado bajo; tenía una apariencia casi masculina.

Yo la conocía de antes, de cuando su vida era diferente, de recién casada se ataviaba con vestidos de colores vivos, siempre risueña y buena con todo el mundo, en especial buena hermana y buena hija. Mantenía a toda la familia, pagaba la escuela de sus hermanos y sostenía la casa materna desde que el padre los abandonó.

Pero luego su vida cambió. Ahora la esperaba una casa silenciosa y fría, pues su madre había muerto, sus hermanos se fueron y el esposo, simplemente, desapareció. En tantos años de conocernos siempre que la encontraba intercambiábamos un saludo y nada más. Pero un día coincidimos en la tienda comprando los cigarrillos imprescindibles para ambos. Nos saludamos y nos fuimos calle abajo caminando y fumando en silencio. Nos detuvimos en la esquina. Percibí que esa noche Yolanda tenía necesidad de desahogarse con alguien. Ese fui yo. Platicamos de cosas diferentes, le pregunté qué había pasado en su vida para hacerla cambiar tanto, para estar tan sola. Ella lanzó una voluta de humo sobre mi cara, hizo una mueca de amargura y dijo:

-He tenido mala suerte, yo creo. 

-¿Lo dices por tu esposo?- interrogué.

-No sólo por él. Los de tu sexo, sólo me han dado desilusiones, golpes y desgracias, pero son peor las de mi sexo. Si amiguito. Las mujeres son peores. Esas te parten el corazón y les vale- dijo Yolanda, suspirando.

Dio una calada al cigarro, y siguió hablando, más para ella que para mí:

-Como sabes, mi padre nos abandonó, claro después de haber abusado física y mentalmente de toda la familia. Creí encontrar la tranquilidad, casándome, pero Ramiro era un hombre violento e inseguro, igual que mi padre, y lo peor, mujeriego. Después de pleitos y reconciliaciones, por fin un buen día se largó. Créeme que fue lo mejor, yo ya no lo quería. Seguí trabajando y manteniendo a mi familia, hasta que conocí, según yo, al verdadero amor y la comprensión anhelada. Y cuando más enamorada estaba, Rosa me traicionó- dijo Yolanda con tristeza.

-Si, Rosa, oíste bien. Y para mí era eso, una rosa. Tenía la piel más blanca y más suave que jamás había tocado; el pelo rubio y ensortijado. Pero lo que me enloqueció; fueron sus ojos azules. Era una adolescente mansa y buena, con ella conocí la pasión. Trabajaba, respiraba y vivía sólo para ella y sus caprichos. Creí estar en el paraíso, pero un día me despertó la realidad, y me llevó, la muy canija hasta el infierno- contó Yolanda.

-¿Se fue con otro? -Pregunté.

-Aunque decía estar muy enamorada de mí, un buen día se fue, desapareció por un par de meses. Creyendo que algo malo le había sucedido, pero cuando por fin la encontré, se le notaba un embarazo de cinco o seis meses. Al mismo tiempo que estaba conmigo, estaba con un hombre. Conmigo por interés, y con él, por zorra la desgraciada. Lo único que quería de mí era el dinero que le daba a toda su familia, y mira que era numerosa. Pero a mi no me pesaba, porque mi trataba bien, era tierna y amorosa ¡pura hipocresía! Claro que cuando los encontré juntos, me les fui encima a los dos. Estaba tan enojada que los dejé muy golpeados, sobre todo a él. Le di una cuchillada de gravedad. Me echaron a la policía y se hizo mucho escándalo. Pero como no murió, alcancé fianza y salí. Ojalá se hubiera muerto, así Rosa hubiera regresado conmigo. Sin ella ya no me interesó trabajar ni vivir. Descuidé a mi familia, mi madre murió, y yo me di a la desgracia. Rosa y su marido me mandaron dar una golpiza, por lo de la cuchillada. Los que me atacaron, eran cuatro morros; no sólo me golpearon, para que la obligación fuera completa, me violaron. Quince días después de la golpiza, desperté en la Cruz Verde, con las costillas rotas, la mandíbula fracturada, moretones por todos lados, y agárrate hermano; ¡Embarazada!

Me resultaba difícil de creer lo que Yolanda me contó. Había sido una muchacha buena, y no se merecía lo que le habían hecho. Finalmente le pregunté por el desenlace de aquel relato de horror que me estaba contando.

-Ahí mismo me hicieron un legrado. Semanas después me dieron de alta. El resto de la historia ya la sabes; me convertí en una mujer amargada y sola, a la que te encuentras en la calle cuando sales por cigarros- dijo Yolanda, y emprendió su camino, sin despedirse.

Tomado de la Sección Mujer de La Gaceta de Chicoloapan
 

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