Mujer contra mujer
Roxana Martínez Huerta
Todas
las noches con paso lento pasaba por una cajetilla de cigarros a la tienda de
la esquina; daba las buenas noches al dueño y se iba echando bocanadas de humo
rumbo a su casa, a descansar, luego del pesado trajín de la taquería “El
Campeón”, donde había trabajado toda su vida. Yolanda era una mujer alta,
corpulenta, pausada en sus movimientos, pero con una cara muy dulce que parecía
que siempre estaba triste. Llevaba el pelo corto con un flequillo gracioso,
vestía siempre de negro y con calzado bajo; tenía una apariencia casi
masculina.
Yo la
conocía de antes, de cuando su vida era diferente, de recién casada se ataviaba
con vestidos de colores vivos, siempre risueña y buena con todo el mundo, en
especial buena hermana y buena hija. Mantenía a toda la familia, pagaba la
escuela de sus hermanos y sostenía la casa materna desde que el padre los
abandonó.
Pero
luego su vida cambió. Ahora la esperaba una casa silenciosa y fría, pues su
madre había muerto, sus hermanos se fueron y el esposo, simplemente, desapareció.
En tantos años de conocernos siempre que la encontraba intercambiábamos un
saludo y nada más. Pero un día coincidimos en la tienda comprando los
cigarrillos imprescindibles para ambos. Nos saludamos y nos fuimos calle abajo
caminando y fumando en silencio. Nos detuvimos en la esquina. Percibí que esa
noche Yolanda tenía necesidad de desahogarse con alguien. Ese fui yo.
Platicamos de cosas diferentes, le pregunté qué había pasado en su vida para
hacerla cambiar tanto, para estar tan sola. Ella lanzó una voluta de humo sobre
mi cara, hizo una mueca de amargura y dijo:
-He
tenido mala suerte, yo creo.
-¿Lo
dices por tu esposo?- interrogué.
-No
sólo por él. Los de tu sexo, sólo me han dado desilusiones, golpes y
desgracias, pero son peor las de mi sexo. Si amiguito. Las mujeres son peores.
Esas te parten el corazón y les vale- dijo Yolanda, suspirando.
Dio
una calada al cigarro, y siguió hablando, más para ella que para mí:
-Como
sabes, mi padre nos abandonó, claro después de haber abusado física y mentalmente
de toda la familia. Creí encontrar la tranquilidad, casándome, pero Ramiro era
un hombre violento e inseguro, igual que mi padre, y lo peor, mujeriego.
Después de pleitos y reconciliaciones, por fin un buen día se largó. Créeme que
fue lo mejor, yo ya no lo quería. Seguí trabajando y manteniendo a mi familia,
hasta que conocí, según yo, al verdadero amor y la comprensión anhelada. Y
cuando más enamorada estaba, Rosa me traicionó- dijo Yolanda con tristeza.
-Si,
Rosa, oíste bien. Y para mí era eso, una rosa. Tenía la piel más blanca y más
suave que jamás había tocado; el pelo rubio y ensortijado. Pero lo que me
enloqueció; fueron sus ojos azules. Era una adolescente mansa y buena, con ella
conocí la pasión. Trabajaba, respiraba y vivía sólo para ella y sus caprichos.
Creí estar en el paraíso, pero un día me despertó la realidad, y me llevó, la
muy canija hasta el infierno- contó Yolanda.
-¿Se
fue con otro? -Pregunté.
-Aunque
decía estar muy enamorada de mí, un buen día se fue, desapareció por un par de
meses. Creyendo que algo malo le había sucedido, pero cuando por fin la
encontré, se le notaba un embarazo de cinco o seis meses. Al mismo tiempo que
estaba conmigo, estaba con un hombre. Conmigo por interés, y con él, por zorra
la desgraciada. Lo único que quería de mí era el dinero que le daba a toda su
familia, y mira que era numerosa. Pero a mi no me pesaba, porque mi trataba
bien, era tierna y amorosa ¡pura hipocresía! Claro que cuando los encontré
juntos, me les fui encima a los dos. Estaba tan enojada que los dejé muy
golpeados, sobre todo a él. Le di una cuchillada de gravedad. Me echaron a la
policía y se hizo mucho escándalo. Pero como no murió, alcancé fianza y salí.
Ojalá se hubiera muerto, así Rosa hubiera regresado conmigo. Sin ella ya no me
interesó trabajar ni vivir. Descuidé a mi familia, mi madre murió, y yo me di a
la desgracia. Rosa y su marido me mandaron dar una golpiza, por lo de la
cuchillada. Los que me atacaron, eran cuatro morros; no sólo me golpearon, para
que la obligación fuera completa, me violaron. Quince días después de la
golpiza, desperté en la Cruz Verde, con las costillas rotas, la mandíbula
fracturada, moretones por todos lados, y agárrate hermano; ¡Embarazada!
Me
resultaba difícil de creer lo que Yolanda me contó. Había sido una muchacha
buena, y no se merecía lo que le habían hecho. Finalmente le pregunté por el
desenlace de aquel relato de horror que me estaba contando.
-Ahí
mismo me hicieron un legrado. Semanas después me dieron de alta. El resto de la
historia ya la sabes; me convertí en una mujer amargada y sola, a la que te
encuentras en la calle cuando sales por cigarros- dijo Yolanda, y emprendió su
camino, sin despedirse.
Tomado de la Sección Mujer de La Gaceta de Chicoloapan
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