jueves, 14 de diciembre de 2017

Relatos desde Regina



El 4° Piso

Por Roxana Martínez Huerta


En el invierno de 1995 fuimos de vacaciones al puerto de Acapulco. Nos hospedamos en el Aristos Mayestic, un hotel moderno de 150 habitaciones y 20 búngalos, con alberca, discotheque, bar, playa privada, restaurante, lavandería y, en cada piso, cómodas salitas de estar. La construcción semejaba un barco y se podía ver la bahía desde todas las habitaciones; las nuestras estaban en el tercer piso.

Pasábamos las mañanas en la playa y por la tarde regresábamos al hotel a refrescarnos, tomar un baño para después salir a comer y dar una vuelta por la costera. 

Una de esas tardes, estábamos ya en la calle cuando mi marido se dio cuenta que había olvidado la cámara fotográfica en la habitación. Para evitar subir toda la familia, yo me ofrecí para ir a buscarla, mientras ellos sacaban el coche del estacionamiento. 

Entré al elevador y marqué el piso 3. Al abrirse la puerta no reconocí el piso. Pensé que quizá me había bajado uno antes, pero el botón marcaba en rojo el piso 4. Apreté el botón para cerrar pero la puerta permaneció inmóvil. Salí del elevador y fui a buscar la escalera. Todo el piso era diferente al resto del edificio. Donde se suponía que estaría la escalera, había un gran espejo empotrado. Los muebles, la sala de estar y toda la decoración eran de la época de los años cuarenta. No había plafones como en los demás techos y en lugar de las lámparas de neón como las del resto del hotel, colgaban unos candelabros. Los huéspedes que descansaban en los sillones, vestían ropa completamente pasada de moda, los peinados del las mujeres eran altos y elegantes, pero no para el clima del puerto. Me quedé parada en medio del corredor. Una pareja de ancianos me saludó con una sonrisa. A pesar de mi prisa y mi descontrol percibí un ambiente agradable y apacible. Se escuchaba música de piano, tintineos de copas y el sonido de los ventiladores; que, por cierto, no había en ningún otro sitio del hotel, pues el sistema en todo el edificio era de aire acondicionado y extractores. Un mozo, al verme perdida, me señaló la escalera con la mirada.

Salí de ahí. Pero en lugar de subir, bajé, pues para mi sorpresa, no había más pisos arriba. No entendía que pasaba. Logré llegar a mi habitación, tomar la cámara y bajar al lobby. Allí encontré a la animadora del hotel, a quien le tenía más confianza que al resto del personal. Le conté lo sucedido y, en lugar de reírse de mí, se quedó muy seria. Luego me dijo que yo era la segunda persona, desde que ella trabajaba ahí, a quien le había pasado lo mismo. Una turista canadiense vivió la misma experiencia el año anterior. Lo preocupante era que esos extraños sucesos tuvieron lugar en el cuarto piso, en un hotel que sólo tenía tres, y que fue construido a finales de los años 80. 

Salí del hotel muy confundida, pero no lo volví a contar a nadie. Sabía que mi familia no me creería. Aquella hermosa tarde, disfrutamos, en silencio, la maravillosa puesta del sol desde “La Quebrada”.

Tomada del Horror de La Gaceta de Chicoloapan
 

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