Una Madre Alcahueta
Roxana Martínez Huerta
Se escucha muy fuerte el
término alcahueta, pero esas fueron las palabras de una madre en desgracia.
Entre tantas historias de horror que vivimos los pasados días a causa del
terremoto que devastó varios edificios a su paso, una mujer anónima, como tantas
que han dado su testimonio a propios y extraños, narró que sí, efectivamente
era muy permisiva y consentidora con sus dos hijos, un niño de siete años y una
jovencita de trece años, sobre entendiéndose, que su familia estaba formada
únicamente por ellos tres, ahí no había padre, abuelos, tíos, ni nadie más.
Dijo que esa mañana, cuando los
despertó para acudir a la escuela, la adolescente le dijo que tenía flojera de
levantarse, pero que al día siguiente seguro iría, y el niño, no hizo ni el
intento por pararse de la cama, sólo se envolvió en las cobijas dándole la
espalda. A ella le pareció bien, así que desayunó en silencio, y se fue a
trabajar, pensó para sí, que regresaría pronto, pero cuando, pocos minutos
después del temblor, recibió un whatsapp de los vecinos de la unidad,
avisándole que su edificio había colapsado, comenzó su víacrusis; el camino de
regresó a casa, se le hizo eterno, aún no acordonaban el lugar, y pudo entrar.
Sus ojos no daban crédito a lo que veían; los cinco pisos estaban reducidos a
piedras, escombros, pedazos de telas, restos de tinacos y fierros retorcidos
que levantaban un montículo grotesco en donde habían quedado sus hijos
sepultados, muertos, despedazados; siendo éstos de los primeros en sacar de
entre los escombros.
Después de reconocer los
cuerpos y darles sepultura, regresó a la unidad a ayudar a los vecinos,
preparando la comida a los rescatistas, dando consuelo a familiares de personas
que seguían entre los escombros, alguien le preguntó, por qué tanta fortaleza,
cualquiera se hubiera derrumbado al quedarse sin familia y sin patrimonio
alguno, a lo que ella contestó, serena, sin una lágrima, sin que se le quebrara
la voz siquiera:
-No he tenido tiempo de llorar.
Qué más quisiera yo que tener un lugar, un espacio a solas para desahogarme,
para gritar mi dolor, pero mis vecinos me necesitan. Además haga lo que haga no
los voy a resucitar, no los voy a volver a ver a mis niños. A lo mejor cuando
pase la emergencia pueda pensar con sosiego y calma, ahora no puedo- dijo,
siendo interrumpida por mujeres del campamento provisional llamándola a gritos.
Los que escuchamos su relato
nos preguntamos, ¿si ese día sus hijos hubieran acudido a la escuela seguirían
vivos?, puesto que la escuela a donde iban quedó intacta, ¿si hubiera sido un
poco más enérgica con ellos habrían salvado la vida? Nadie tiene la respuesta,
algunos piensan que los seres humanos ya tenemos un destino marcado. ¿Será?
Esta desgracia estúpida y repetida una vez más, nos ha dejado mucho qué pensar,
qué reflexionar ¿No crees?
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