Rafaela
Por Roxana Martínez Huerta
Desde
Piedras Negras, Coahuila hasta la ciudad de México, había llegado Rafaela
Zamudio, abogada de profesión. Bueno, no había llegado, la había traído el
novio, quien también ejercía la abogacía. Las razones; abrirse paso en la gran
urbe, encontrar un buen empleo y vivir mejor que en su ciudad natal.
Conocí
a Rafaela trabajando en la burocracia. Había escuchado el revuelo que causaba
la nueva abogada entre los hombres de la oficina. Rafaela estaba a punto de
cumplir los treinta, era morena, de mediana estatura, de pelo quebrado, muy
largo y negro. Yo francamente nunca encontré el motivo por el cual, gustaba
tanto a los hombres; era buena muchacha, pero eso no lo sabían los tipos que se
tropezaban en la calle al verla pasar o las veces que estaban a punto de chocar
por irla observando los automovilistas. Ni yo ni las demás compañeras supimos
la razón de tanta atracción con el sexo opuesto, pero salir con ella era todo
un espectáculo; jóvenes, viejos, guapos, feos, ricos o pobres, todos la miraban
con deseo. A veces resultaba un poco incómodo, pero esa era la realidad de
Rafaela.
Mi
novata amiga, se sentaba en el primer escritorio entrando a la oficina, los
morbosos de mantenimiento le habían asignado un escritorio que tenía separados
como por diez o quince centímetros la superficie de la estructura del soporte,
ella acostumbraba sentarse con las piernas totalmente abiertas y subidas en un
peldaño del mueble, y como siempre usaba falda o vestido, pues enseñaba los
calzones a todo mundo, era la burla de todos los machos de la dependencia, yo
lo supe un tiempo después pero no le dije nada. Hicimos una buena amistad. Ella
y su pareja vivían en un edificio otrora muy famoso de departamentos amueblados
llamado Pal, ubicado sobre la calle de Arcos de Belén, a dos puertas del
trabajo, por lo tanto comíamos lo que ella preparaba en su cocina, el marido
siempre estaba ausente, pocas veces lo vi; él al igual que a mi amiga yo le
simpatizaba, y siempre me hacían regalos como libros, perfumes, conocían a mis
padres y a veces la invitábamos algún paseo familiar.
Un
día llegó muy contenta hasta mi cubículo, anunciándome su próximo matrimonio.
Yo siempre tuve la sospecha de que él era casado y golpeador, a veces observaba
algún moretón en su cara o en sus piernas, no salía a ningún lado por la noche,
pues si él hablaba por teléfono estando comisionado en algún estado de la
república, y no la encontraba se ponía furioso; pero vi a mi amiga tan
ilusionada que me guardé mi opinión; al final la que se casaría sería ella. Me
preguntó quién me acompañaría a su boda, para comprarme los boletos del avión,
pero le dije que no asistiría, había regresado apenas de un largo permiso, y no
tendría vacaciones en algunos meses. Insistió mucho, dijo que ella misma
hablaría con los jefes que fueran necesarios, pero que yo tenía que acompañarla
en el día más importante de su vida, palabras más palabras menos, se echó a
llorar, pero no me convenció.
Rafaela
se fue durante un mes, cuando regresó, me buscó para comentarme la boda, pero
en el trabajo era incómodo platicar, mejor fuimos a tomar un café. Me contó que
efectivamente mis sospechas eran ciertas; él estaba casado y tenía dos hijos;
como buen abogado y experimentado tramposo, contrató a varias personas para que
se hicieran pasar por su familia, padre, madre, hermanos y amigos, sobre todo
el juez falso y montó un gran tinglado.
-¿Para
qué tanta farsa?-pregunté.
-Me
salí de la casa, diciéndoles que me venía con una amiga, ellos nunca supieron
que Nico y yo vivíamos juntos. Mis padres siempre quisieron verme salir vestida
de blanco y bien casada, y se los cumplí. Ya no me van a atosigar a preguntas,
con la boda quedaron muy contentos, aunque todo sea mentira, los pocos años que
les queden de vida, vivirán engañados pero felices ¿Además quién les va a decir
la verdad? -dijo convencida.
-Si
tú estás tranquila, por mí está bien -dije.
-Pues
bien, bien, lo que se dice bien, pues no, hay algo que me preocupa mucho de
Nico, y es que está enfermo de celos, en todos los hombres ve enemigos, cree
que todos se quieren acostar conmigo y eso me da tristeza y me ofende- dijo,
bajando la cabeza.
-No
cree, todos se quieren acostar contigo Rafaela, y tú lo sabes, tienes un no sé
qué, que alborotas a los hombres. Yo sé que no es tu culpa, pero es una
realidad -exclamé.
-Sí,
pero si sabe que soy incapaz de faltarle al respeto, no debería hablarme como
me habla, a los tipos morbosos tendría que enfrentarlos, no desquitarse
conmigo. Si supieras cómo me ofende y desconfía de mí -dijo sollozando.
-No
quiero ser cansona, pero eso tú ya lo sabías, vivieron mucho tiempo juntos,
como para ponerle un alto o salir huyendo y, no lo hiciste, al contrario vas y
te casas con él; eso déjaselo al tiempo, tiene que entender algún día que tú no
tienes la culpa de lo que despiertas en los fulanos.
Esa
noche la dejé en la puerta de los famosos Apartamentos Pal, renunció al trabajo
un mes después, me enteré por terceros que Nico, junto con otros leguleyos
había montado un bufete de abogados y Rafaela se fue a trabajar con ellos, la
última vez que supe de ella, por desgracia fue en la nota roja de un periódico;
su marido por celos la había golpeado hasta quitarle la vida; lo que más
recuerdo de aquel trágico suceso fue a mi madre llorando amargamente por mi
amiga.
Tomado de la Sección Mujer de La Gaceta de Chicoloapan