La Niña del Vestido Azul
Por Roxana Martínez Huerta
Uno de los males de mi
matrimonio, aparte de soportar durante cinco años a mi grosera y violenta
esposa, fue enriquecer al abogado que llevaba el trámite de mi separación. Como
no habíamos quedado en buenos términos, mi ex ponía trabas y peros a cualquier
arreglo, por lo que tenía que acudir a las citas muy continuas con el mentado abogado. En una de esas tantas
ocasiones viví un episodio realmente increíble.
El despacho del licenciado estaba
en un viejo edificio oscuro y frío, ubicado en la calle de Madero, en el centro
de la ciudad. Al llegar entré al vestíbulo a esperar el ascensor, como lo hacía
en todas las visitas. Cundo se abrió, una criatura me sonrió desde dentro. Era
una niña muy bonita. De escasos diez años, ataviada con un vestido largo color azul
turquesa muy fino; traía el pelo recogido con un moño de la misma tela del
vestido. La chiquilla tenía unos ojos enormes y hermosos. Supuse que quizá
sería la hija de algún abogado o médico del edificio.
Esperé a que saliera. Pero al ver
que no lo hacía, le hice la seña de que pasara, pero no se movió. Por la manera
fija como miraba, sospeché que era ciega. Pasé mi mano frente a sus ojos, y
ella no parpadeó, confirmando mis sospechas acerca de su ceguera. Le pregunté:
-¿No vas a salir?
-No. voy a volver a subir -dijo
recorriéndose al fondo.
Abordé el elevador. Apreté el
botón número cuatro. Cuando las puertas se cerraron caí en la cuenta que no le
había preguntado a la pequeña a qué piso iba.
-Perdón ¿Tú a que piso vas? –pregunté,
dirigiéndome a la niña que supuse estaba detrás de mí.
Al no obtener respuesta, volteé,
buscándola, pero ya no estaba. La sangre se me agolpó en la cabeza y sentí el
estómago revuelto. Aquella hermosa y dulce criatura resultó ser un fantasma.
Entré al despacho del litigante
con la boca seca. La recepcionista al verme en estado de shock me acercó una
silla.
-¿Se siente mal? ¿Quiere que
llame al doctor de aquí junto? Todavía no llegan sus pacientes y puede venir en
seguida -dijo la joven.
-No, ya se me está pasando. Pero
si tiene un poco de agua, se lo agradecería. Tengo la boca seca –respondí,
arrastrando la lengua.
La chica corrió al despachador de
agua, llenó un cono y me lo ofreció. Bebí con avidez el líquido vital. Ya más
sereno le conté el suceso que viví en el ascensor.
-Si le creo. Además de usted, cuatro
personas más me han dicho que una niña se aparece en el edificio, sobre todo en
el elevador.
La recepcionista colocó una silla
frente a mí. Se acomodó en ella y me contó lo que sabía acerca de aquella
manifestación.
-Vecinos y conocidos cuentan que
esa niña era hija de los primeros dueños de este lugar. Vivían en el último
piso. La hija menor nació ciega y, como toda criatura era inquieta, tenía una
nana que la guiaba y acompañaba a todos lados. Pero un día la ciega se le
escapó a la mujer. La niña escuchó el timbre del ascensor y se dio a la carrera
para abordar primero, confiada en su intuición. En efecto, llegó cuando la
puerta se abrió y se abalanzó hacia adentro. Pero la cabina se había atorado en
el segundo piso. La pequeña cayó al vacío y se mató. La ropa con que la
enterraron, un vestido largo color azul turquesa muy fino, es con el que se
aparece por los pasillos, las escaleras o en el ascensor.
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