El Ventanal
Por Roxana
Amanecía cuando me despertó el chirrido
de la ventana al deslizarse sobre su carril. Yo me encontraba acostada de
espaldas al ventanal. Un viento helado penetró a mi recámara. Escuché
claramente que alguien o algo se aproximaba a mi cama. Sentí un escalofrío recorrer
mi espina dorsal, tan fuerte que me inmovilizó. Me dio tanto miedo que me tapé
con las cobijas y me hice bolita.
Debo aclarar que el departamento donde
yo vivía, estaba en el tercer piso y no tenía ningún tipo de terraza, balcón o
barandal, sólo vidrio, de pared a pared y de piso a techo. No había manera de abrir
por fuera ni de escalar hasta ahí. Sentí claramente el peso de un cuerpo recostarse
sobre el colchón, muy pegado a mi, luego unas manos apoyándose en mi costado. Seguía
sin poder moverme. Estaba aterrada. Percibí un intenso olor a tabaco y a alcohol.
Tuve ganas de vomitar, de pedir ayuda a mi familia, pero consideré que sería
inútil, pues a esa hora todos estarían durmiendo. De pronto sentí como el tipo,
ente o lo que fuera se inclinó encima de mí y unos cabellos largos y mal
olientes rosaron mi cara. Estaba a punto del colapso cuando alguien abrió la
puerta de mi recámara. Era mi papá.
-¡Arriba flojonaza! Se te va a
hacer tarde.
Cuando mi padre dijo esas
palabras sentí como se quitaba el peso de mi cuerpo. Me enderecé y volteé hacia
el ventanal. Estaba abierto. Mi padre siguió mi mirada y se extraño que
estuviera abierto. Me preguntó cómo lo había abierto ya que, por seguridad, el
mismo lo mandó soldar pues en algún tiempo de mi infancia yo había tenido
episodios de sonambulismo.
-No lo sé- Yo no fui. Te lo
aseguro. Ni tampoco sé cómo entró el sujeto que estaba aquí hace un rato -dije y
me solté a llorar desconsoladamente.
-Eso ha de haber sido una
pesadilla. Tranquila, chiquita, no pasa nada. Aquí estoy y te aseguro que nadie
va a hacerte daño. Ya no te angusties. Mira, mientras te bañas y desayunas voy
por el herrero para que la vuelva a soldar. Tú relájate. Ah, y no le digas nada
a nadie. Ni a tu mamá ni a tu hermana porque son muy miedosas –dijo, más preocupado
que yo.
-¿Tú sabes qué está pasando?-
pregunté.
-No estoy seguro pero, según los
vecinos, en este departamento exactamente en este cuarto vivía un hombre que se
suicidó, aventándose por el ventanal, cuando la mujer le quitó a los hijos y lo
abandonó -contó mi padre, acariciándose el bigote, pensativo.
Los siguientes dos meses que
vivimos ahí no pude dormir, hasta que se vendió el departamento. Pedí asilo en
el cuarto de mi hermana, pero el miedo era superior a mí. Sólo logré descansar
cuando nos alejamos para siempre del edificio.
Tomado de la Sección de Horror de LA GACETA DE CHICOLOAPAN
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