Doña Pachita
Por Roxana
El
día de tianguis de la colonia se ponía un puesto de tlacoyos y quesadillas
donde mis hijos y yo solíamos almorzar. Casi siempre llegaba allí una viejecita
completamente encorvada, vendiendo cepillos dentales que nunca vi que comprara
nadie. La dueña del puesto, mujer generosa y sencilla, en cuanto la veía le
regalaba un tlacoyito o una quesadilla, y le ofrecía asiento. En una ocasión
aquella viejita hizo plática conmigo, ofreciéndome sus cepillos.
-¿Son
sus niños? -Pregunto.
-Asentí
con la cabeza.
-Cuando
crezcan, cuiden a su mamá. Sobre todo cuando sea una ancianita como yo -les
dijo con una desdentada sonrisa.
Reímos
todos. Al reconocerla le pregunté:
-¿Ya
no vende pepitas? –pues recordé que mi marido le compraba semillas de calabaza,
que cargaba en una canasta ofreciéndolas en la avenida principal.
-No
niña, ya no aguanto la canasta, ni los pies me dan para tanto –dijo
lamentándose.
-¿Y
vende bien sus cepillos?- pregunté.
-No,
pero con algunos pesitos que saque aunque sea nomás los viernes, la voy pasando
el resto de la semana. Además aquí no falta quien me da una frutita, una
verdurita y hasta mi quesadilla con mi refresco, como aquí, Doña Mari que es
tan buena. Fíjese que hasta el dueño de la vecindad desde que me quedé sola, no
me cobra ni un peso de renta; Dios los ha de socorrer a los dos- contestó la
mujer.
-Si,
no cabe duda que hay gente buena- comente, pagando y despidiéndome de ambas
mujeres.
Semanas
después, regresamos al puesto, y platicando con Doña Mari le pregunté por la
ancianita de los cepillos.
-Ya
murió Doña Pachita, pobrecita, va a ser un mes- me informó.
-Ya
estaba muy grande si quiera descansó. ¿Cómo su familia la dejaba trabajar y
andar sola? ¿Qué no tenía hijos o algún nieto que la acompañara? ¿Por qué vivía
sola?–pregunté.
-Vivía
nomás con su hija, quien se dedicó a cuidarla. Ni siquiera se casó para no
dejar sola a su mamá. Rentaban un cuartito en una vecindad, y la hija trabajaba
en la maquila. Doña Pachita preparaba sus pepitas y salía a venderlas para
ayudarla con los gastos. Así vivieron muchos años- contó Doña Mari sin dejar de
echar las tortillas al comal.
-¿Entonces
que pasó? –pregunté intrigada.
-Nada,
la hija fue muy buena con ella, nunca la abandonó, pero se murió hace dos o
tres años, ya no me acuerdo bien. ¿Quién iba a pensar que una mujer fuerte y
sana se fuera antes que su anciana madre? Pero la vida tiene sus caprichos. Un
día que venía de trabajar, unos maleantes asaltaron la micro en que viajaba y
uno de los pasajeros sacó una pistola, y en la rebambaramba una bala perdida le
quito la vida. Con el poco dinero que le dieron a Doña Pachita, pagó los gastos
del funeral y fue estirando lo que le sobró hasta que se le acabó. Así que
sobrevivió vendiendo pepitas, cepillos y al final, de la caridad de sus
vecinos, quienes sabían que muy pronto madre e hija se reunirían en la muerte.
Se cooperaron entre todos para darle cristiana sepultura y el gobierno les dio
una fosa en el panteón. ¿Le pongo salsa verde o roja a su tlacoyo?- me preguntó
la mujer.
-Verde-
conteste. Vaya que esta vida tiene caminos escabrosos para algunos -comenté.
Tomado de la Sección Mujer de La Gaceta de Chicoloapan